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Sus ojos me miraron. La duda inundaba hasta su oscura pupila. Su brillo era inquietante, perturbador. Me preguntaba tantas cosas…

No supe contestar a nada. Sólo la miré, intentando decirle tanto con mis ojos como ella me decía con los suyos. Creo que no lo conseguí. Sé que no lo conseguí. Nunca.

Se levantó y fue hasta la puerta, que chirrió tras dejarla marchar. Gritando a su manera que no se fuera. Que nunca la volviera a cerrar. Que nunca le diera un portazo.

Sus largas y desnudas piernas recorrieron el pasillo, que se me antojó largo y eterno mientras la alejaba de mí y la escondía en la oscuridad de sus fauces.

El silencio se hizo audible pero impenetrable. El dolor tan palpable como certero. El cariño estalló contra las cuatro paredes que me rodeaban y una explosión lo tiñó todo del color de sus ojos.

Para que sus dudas siempre estuvieran conmigo. Al dormir. Al despertar. Al vestirme. Al desvestirme. Al leer. Al hablar. Al abrir la puerta. Al cerrarla.

Siempre que estuviera en esa habitación.

Ella conmigo.

Yo sin ella.
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3 comentarios:

Noviembre dijo...

Me encanta el estilo que le dan los asterisquitos, has hecho bien poniendoselos, si, si! :)

Me gusta, lo leo y releo y si, me gusta, nada de churros raros eh, no te lo permito!!

:)

Castrodorrey dijo...

Bonito, muy bonito, si.
Felicidades

Anónimo dijo...

¿Por qué se marcha?

De todos modos, luego habrá un reencuentro tan intenso como la despedida.