Y si digo que te quiero...

Cenicienta caminó dos pasos, tres como mucho y, sin previo aviso, salió corriendo. Sus piernas temblaban y el frío aire cortaba su rostro. Llevaba un abrigo negro que había olvidado cerrar y que dejaba ver una falda rosa que terminaba unos centímetros por encima de sus rodillas. Sus pies, abrigados por unas botas militares, apenas se distinguían por la velocidad a la que iba y su pelo volaba entre gotas brillantes de lluvia. Negro, largo, suave. Acariciando el aire.

En ningún momento miró atrás, pero parecía claro que escapaba de algo, de alguien. Un basurero vaciaba una papelera municipal. Chocó con él, y con un adolescente que escribía un mensaje en su móvil sin prestar atención a dónde pisaba, y con una señora que paseaba a su perro. Y con su perro.

Todos ellos, y algún transeúnte más, se giraron para mirarla. Tal vez escandalizados, o puede que apenados. Se giraron y sólo llegaron a ver un pedazo de papel que había salido volando sobre el suelo al pasar nuestra cenicienta a su lado. Ninguno llegó a ver la lágrima que nacía en su ojo izquierdo y que ya atravesaba parte de su mejilla, acelerando el viento su camino, empujándola al acantilado de su barbilla.

Nunca sabremos cómo es posible que nadie reparara en el príncipe que parecía clavado al suelo en el punto en que Cenicienta había comenzado a correr.

Desde entonces, todo el mundo contaría la historia de la princesa que sólo podía correr, y nunca nadie sería capaz de contar por qué. Por qué corre aterrada. Por qué llora. Por qué huye.

Si tan sólo alguien se hubiese fijado en las manos de aquel príncipe, si hubieran dejado de mirar cómo Cenicienta escapaba. Si se hubieran interesado por él…

…Se habrían dado cuenta de que era el suyo el corazón roto, de que las lágrimas producidas por el dolor más verdadero, más profundo, sólo serían las suyas. Que si ella huía, era por puro egoísmo.

Si por una vez Cenicienta hubiese dejado de ser el centro de atención, todos habrían visto las silenciosas lágrimas de él, la petrificación que le impedía salir corriendo. La agonía, el dolor, clavándose en sus huesos.
***

¿

Acaso no sabes

que la historia más bonita del mundo

es la de los abrazos que nunca te dí
?

ceniZa

Sus ojos se bañan en ceniza
con cada noche sin dormir
y su corazón se vuelve papel
bajo sus manos frías de hojalata.


- A veces eres tan ambigua…
* Siempre dices eso… y nunca me explicas qué quieres decir.
- ¿Acaso necesitas que te lo explique?
* Si te lo digo será porque lo necesito, ¿no?
- Eres ambigua porque tus buenos días suenan a buenas noches.
* ¿Y qué tiene eso de malo?
- No he dicho que fuera malo, sólo que a veces es desconcertante.
* Dime, ¿cómo querrías que sonaran mis buenos días?
- Olvídalo, no es un buen ejemplo.
* Entonces pon uno mejor.
- No me apetece.
* ¿Por qué?
- Porque no.
* Tal vez yo sea ambigua, pero tú…tú eres un libro cerrado. Eres el contenido de la caja secreta más escondida del planeta. Todos los misterios del mundo y uno más. Eres como los colores para el ciego. Eres…
- ¿Cuál es, según tú, mi misterio?
* No lo sé, dímelo tú…Yo llevo 3 años intentando descubrirlo y cada vez me lo pones más difícil.
- Eso es porque no tienes nada que descubrir, contigo soy transparente.
* ¿Conmigo eres transparente?
- Contigo soy transparente. ¿Te sorprende?
* Sí.
- No debería. Ya tendrías que saberlo.
* ¿Cómo? Si cada día que pasa parece que te conozco un poquito menos en lugar de un poquito más.
- Pues entonces no te queda más remedio que fiarte de mí.
* Siempre tienes algo que decir, ¿verdad?
- Y aún así parece que contigo nunca es suficiente.
* ¿Por qué?
- ¿No lo ves? Porque siempre te quejas.
* ¿Piensas ponerme ese ejemplo algún día o planeas dejarme esperando eternamente?
- ¿Cuál?
* El de mi ambigüedad.
- Eres ambigua porque cuando dices te quiero parece que querrías estar diciendo mil cosas que no fueran esa.
* Ah.

Y el “ah” se le antojó tan lacónico, tan suficiente, que no quiso añadir nada más.