Como Barbie

Cuando sea mayor me voy a comprar un pony, un coche gigante de color rosa chicle y un castillo enorme con un puente de color fucsia chillón.
Voy a tener un jardín con muchos columpios y todo el mundo podrá venir cuando quiera para jugar conmigo porque, además, voy a vivir al lado de Disney World para que Aladin, Donald, la Cenicienta y los 7 enanitos vengan a mi casa a merendar.

¡Ah! Y voy a comer chocolate todos los días y bocadillos de Nocilla y gominolas y gusanitos… y helado de turrón.
Además voy a vestir como yo quiera, voy a llevar siempre mi vestido blanco de princesa, el que me compró mamá el año pasado para la fiesta del colegio, y lo voy a llevar con una corona diferente cada día y con zapatos de tacón.
Voy a hacer que vuelva el Club Disney y no sólo los sábados, lo van a echar toooodas las mañanas y veré los dibujos todos los días mientras desayuno.
Voy a vivir con mi novio, un Kent todo moreno, alto y atlético. Iremos juntos al teatro, al cine, a hacer submarinismo y escalada.
Pero mi Kent no va a ser como el de la mamá de Sergio, que creo que está estropeado. Y eso sí que no, yo para tener un Kent defectuoso no quiero nada, que no es que alguna vez haya tenido alguno, pero cuando mamá y papá hablan de él, papá dice hasta palabrotas de las gordas, y eso que a veces estoy yo delante…Así que no me quiero imaginar las palabrotas que dirá la pobre mamá de Sergio. También es mala pata, tantos Kenes sueltos por ahí y que justo te toque uno estropeado. Dice mamá que no tiene corazón, y claro, así a dónde pretende ir. ¡Normal que le de problemas!
A veces llego del cole y Susi, la mamá de Sergio, está en casa, tomando café con mamá. A veces escucho detrás de la puerta y, a veces, llora. Me da tanta pena que siempre que la veo le doy los abrazos más fuertes que tengo, para estrujarle un poco la tristeza y que se le salga por las orejas, pero no sé si lo consigo.
Debe de ser una caca que te toque un Kent defectuoso, pero no sé, podrás cambiarlo por otro ¡O por lo menos deshacerte del malo! Siempre que se lo digo a mamá se enfada conmigo y me dice que no es tan fácil y que deje de meterme en cosas de mayores pero es que, ¡jo!, pobre Susi, pudiendo estar con un Kent guay, que se tenga que quedar con uno tan chuchurío… Y eso que todo el mundo dice que el de Susi parece un señor decente.
Bueno, a mí me da igual, la mamá de Sergio que haga lo que quiera, pero mi Kent no va a ser como el de ella. Mi Kent va a ser estupendo y si no lo es, ¡Lo mando al carajo! Que en mi castillo no entra cualquiera.

...

Si fueras un peluche y yo tuviese cuatro añitos, te achuchaba sin descanso.
Si fueras un helado me comía hasta el palo.
Si fueras un río, te nadaba entero hasta llegar al mar.
Si fueras una ciudad, te caminaba calle por calle mirando cada edificio como miro tus lunares.
Si fueras una cerveza, te bebía entero y guardaba la botella para recordar lo bien que sabes.
Si fueras un radiador, me pegaba a ti hasta en las noches de verano.
Si fueras una tormenta me empapaba hasta que la ropa destiñera sobre mi piel.
Si fueras la luna, no sabría ni cómo es el sol.
Si fueras un disco, serías el único en mi mp3.
Si fueras un coche, no iría andando ni a comprar el pan.
Si fueras un libro, el bibliotecario se olvidaría de mi cara.
Si fueras una luz, me quedaría ciega de mirar y no parpadear.
Si fueras un terremoto, viviría en tu epicentro.
Si fueras un sueño, sería peor que la Bella Durmiente.
Si fueras un sugus, no dejaba ni el papel.


Si fueras un chaval, te amaría eternamente.
Ojalá se te congele el corazón y nunca, nunca vuelva a sentir calor. Que acabes colgandolo del radiador, como un jersey en invierno, para ver si consigues entrar en calor.
Ojalá te levantes cada mañana con temblores enfermizos, con sudores fríos porque yo no estoy ahí. Para recibirte cada mañana, para dar calor a tus sábanas, para dar sentido a tus días.
Que espero que me eches de menos hasta que el dolor gotee de tus ojos y los pedacitos de tu corazón te impidan respirar atascados contra tu esternón.

Que percibas la Indiferencia en mi mirada.
Que sufras mi Ausencia cada instante de tu vida.
Que te incordie la Tristeza y te haga cosquillas tras la oreja.
Que la Cobardía te tire del pelo y la Estupidez te siga hurgando la nariz.
Que se pudran tus Recuerdos y te agazapes bajo el peso de tus Errores.
Que el remordimiento te consuma.

Que te arrepientas todos y cada uno de tus días.

fisiología de mi amor por tí.

Cuando escucho esa canción que un día hicimos nuestra, en mi oído martillo, yunque y estribo se unen en una danza uniforme y con tanto estilo que ni siquiera el Circo del Sol podría superarlo. Es tanto lo que siento, que ni la cocaína activaría así mi sistema dopaminérgico. ¿Te das cuenta de la magnitud de lo que digo? Que eres mi droga, te digo.

Cuando huelo tu perfume, mi hipotálamo se vuelve loco, loquito y hay una explosión de hormonas tan grande en mi diencéfalo que si me pudieras estrujar como a una toalla mojada llenarías tres calderos hasta arriba. Chorreantes, como el de Harry Potter. Pero multiplicado por tres. No es que me repita, es que quiero dejarlo claro.

Cuando saboreo tu boca, mis papilas gustativas bailan el cha-cha-cha mientras yo sigo el ritmo de su taconeo con la punta de mi pie.

Cuando veo tu rostro, los conos de mi retina lo flipan en COLORES y los bastones se saturan con la luz que desprendes. Es como cuando estás a oscuras y de golpe encienden la luz y, por un momento, no ves nada. Eres el destello que me ciega.

Si pienso que algún día me puedas faltar, mi cortisol se cruza de brazos impidiendo que mi glutamato se recapte hasta que se asegura, una y mil veces, de que sigues ahí. ¡Cómo te voy a dejar marchar! Si no me funciona el cuerpo cuando te vas.

Que es que si me hacen una resonancia en el momento en que pienso lo mucho que te quiero, te aseguro que mi corteza prefrontal emite un color tan, pero tan rojo que hasta le hace sombra al sol.

Y es que, cuando estoy contigo, todas las neuronas de mi corteza parecen despertar de un letargo continuo para dar paso a la mayor desincronización cortical.

Y ya no me hagas hablar de lo que pasa cuando me tocas

…porque se puede fundir el mundo.

Y yo, estúpida de mí, sigo aquí
y consulto mi reloj a cada minuto,
y miro a todos lados porque aún pienso…
Aún tengo esperanza.

Y tan, tan imbécil soy,
que sigo diciendo a la gente
que esa silla, la que está vacía, no está libre.

Y me miran raro
porque no se lo creen.

Pero es que estoy esperando por ti,
a que llegues y te sientes
y me cojas de la mano.

Y me des un beso
y me preguntes que qué quiero
y yo te conteste,
dejando escapar entre mis pausas
pequeñas partículas melosas
que aumentan el nivel de amor en la atmósfera
hasta que el calentamiento global es solo culpa nuestra,
que sólo te quiero a ti.

Y tú sonrías y me mires,
así como haces tú,
así como a mí me encanta,
y me digas que soy una payasa
pero que soy tu payasa.
Y que en el fondo te gusta
oír mis payasadas.

Y después poder decirte
que el universo
resurge, revive,
florece, brilla, renace y estalla
cada vez que tú
ríes, hablas, susurras,
escuchas, duermes, miras o callas.

Y regalarte mis tequieros.
Y liberar los tuyos
de su prisión de celofán rojo
para arroparme bajo ellos
junto a ti.
***

La vela

Cuando llegué a casa, tu vela estaba encendida. No sabe que lo sé, nunca conseguí que salieran de su boca las letras que forman tu nombre, esa sola palabra que necesitaba formar cada vez que le pregunté de dónde la había sacado.

Nunca la quise forzar demasiado, quizá porque sé que sus ojos se vuelven vidriosos cuando te recuerda en silencio viendo una película, o leyendo un libro, o cocinando, bailando, hablando, riendo, durmiendo o soñando, siendo todo gerundio y ninguno presente. No quiero que te recuerde, porque le haces daño. Porque es lo que más quiero en el mundo. Y le haces daño.

Colgué mi abrigo en el perchero del recibidor y tiré las llaves sobre la mesa de la cocina justo antes de dirigirme a la nevera y beber un sorbo de agua. Desde el salón me llegaban acordes sueltos de una melodía familiar. Atravesé el pasillo y llegué a una sala en penumbra, con una pequeña lámpara intentando dar fuerza a la luz de la vela.

En el sofá me daba la espalda. Llevaba una camiseta de tirantes muy fina, que dejaba ver cada nudo de su columna al agacharse. De su oscuro pelo, sólo unos pocos mechones escapaban de una larga cola que parecía haber sido echa por las manos de una niña que experimenta por primera vez con su muñeca. Unos pantalones cortos la ayudaban a evadir el calor. Desde su regazo sobresalía una guitarra a ambos lados de su cuerpo, la cual rozaba con cariño mientras ladeaba la cabeza hacia la izquierda.

Me acerqué suavemente y sólo le dí un beso en el hombro desnudo, para no distraerla, porque siempre me ha encantando verla con su guitarra. Me senté en el lado opuesto del sofá para poder ver su rostro. Sus cejas casi se juntaban en un gesto de concentración extrema, y su boca hacía movimientos en silencio, los movimientos que siempre hace cuando está escribiendo algo nuevo.

Sobre una de sus rodillas reposaba un cuaderno de notas y un lápiz. Me incorporé suavemente y pude ver que la primera hoja estaba llena de tachones y palabras sueltas rodeando unos versos que llegaban hasta el final de la página.

Nunca te pregunté cómo la dejaste marchar. Cómo fuiste capaz de marcharte y verla llorar. Lo he pensado a menudo, porque sé que yo no sería capaz. Me parte el alma en dos el sólo verla emocionada por tu recuerdo y ni una sola vez he querido ser yo quien provoque esa emoción. ¿Alguna vez te has arrepentido? Sé que yo lo haría, cada vez que me da un beso, cada vez que me abraza, cada vez que sonríe pienso si sabrás lo que perdiste. Yo no podría vivir.

Pasó un rato y acabó posando la guitarra a un lado del sofá tras cerrar la libreta. Levantó la vista y me miró, sonriendo. Se levantó y caminó hasta mi parte del sofá, subió primero una pierna y luego se sentó, acurrucándose en mi abrazo mientras yo la apreté muy fuerte contra mí. Me dio un beso.

Se volvió a levantar para poner un poco de música. Y mientras volvía se inclinó y apagó tu vela. Pero, justo antes de que lo hiciera, vi algo. Sus ojos habían cambiado, brillaban incluso en la oscuridad, de una forma que nunca antes había visto. Y vi que, al apagar la vela, en realidad se despidió de ti. Por fin y definitivamente.

Y de fondo sonó la canción número 9.

Adiós insensato. Nunca te entenderé.



**[Deprisa, espero que te guste ;)]

La guitarra que acumulaba polvo en un ático soleado

Su nombre tenía mucho estilo, pero algo falló en el camino y no supo mantener la elegancia. Solía ser hábil, inquieto y tenaz. Vivía la vida, probaba sus límites. Soñaba con ver a los Strokes algún día en directo aunque, humildemente, se conformaba con los Rolling.

Vivía en un ático soleado donde abría la ventana y dejaba escapar las notas de su guitarra, poniendo banda sonora a vidas grises y oscuras que paseaban por su calle. Ni sospechaba que, algún día, le acogerían entre ellos. Ni sospechaba que su mundo se acabaría tirando por esa ventana para no verle destrozarse.

Tenía muchos sueños; recorrer Europa en coche, hacerse rico, escribir un libro. Tirarse en paracaídas, grabar un disco, conocer a Scarlett Johansson. Pero es que un día llegó a casa y algo le atenazó. Se acurrucó en la cama y, desde entonces, nada le consiguió animar. Arrastraba los pies, curvaba su espalda. Se le torció el humor un día y no se supo recuperar. Dejó caer su coche por un barranco y pasaba las noches por las aceras. Con su juventud en la palma de la mano se codeaba con viejos que iban de la mano de algún licor barato.

Hacía tiempo que había conseguido que le echaran del trabajo, dedicándose por ello a la vida contemplativa. Aunque se había buscado un buen empleo, eso sí. Uno que se amoldaba perfectamente a sus necesidades. Iba de supermercado en supermercado recogiendo las monedas olvidadas de los carros de la compra.

Fue por azar que conservó su casa pues, por fortuna para él y desgracia para sus vecinos, fue de pago pre-delirium. La nevera estaba estropeada y en los armarios no había comida. ¿Qué más daba, habiendo alcohol? Con el estómago vacío, un poco menos sube más. ¡Qué dicha la suya!

Quería casarse al llegar a los 30 pero, siendo sinceros, no era probable que lo consiguiera, pues hasta las mujeres de pago le negaban sus servicios.

Quería conocer California, Japón y Buenos Aires, pero afincarse, eso sí, en algún sitio de Suecia. Ahora era un milagro si salía de su barrio y los niños le conocían como el borracho raro del parque. Todos menos uno que le llamaba hermano, mihermanoborracho, pero en casa, a escondidas, sin que los otros le escuchasen. Ni siquiera su madre, que se ponía a llorar si lo oía mencionar.

Su lema había sido el famoso Carpe diem pero, sin saber muy bien cómo, dejó de vivir la vida y ésta lo empezó a consumir a él.

Ya ni siquiera ve su reflejo en el espejo.