devenires extraños

Te pierdes entre los torbellinos de mi pelo
y
me pides que me quede,
al menos,
hasta que mi aroma se haga tuyo.

Hasta que el mundo no sea mundo más allá de estas cuatro paredes.

Pero el mundo nunca dejará de ser mundo.
Y mi aroma seguirá siendo mío.
No tuyo.
Y me dices que,
entonces,
me quede para siempre.
Hasta que tu pecho
se funda con el mío.
Y no puedo.

Todo se humedece mientras me voy. Y el mundo me recibe de vuelta con el sonido del tráfico, un desgraciado pidiendo dinero y una madre gritándole a un hijo. Parece que hasta me miran para darme la bienvenida y preguntarme dónde me había metido.

He estado donde los coches no gritan.
Donde por la calle sólo se ve gente queriéndose.
He estado viviendo con una sonrisa puesta
porque no escuché ninguna noticia horrenda
que me la quitase.
Vengo de un universo del que nunca debí salir.

¿Por qué lo hiciste?

No lo sé, tú me empujaste. Me asustaste con ese amor que se te escapaba a bocajarro por los ojos.

El mundo me recibe con los brazos abiertos, con su miseria lista para reencontrarse conmigo y reírse de mí. De la forma más cruel sigue dibujando la expresión de tu rostro cuando abrí aquella puerta, repitiéndose en mi cabeza una y otra vez.

Y sé que lo hice mal, pero sé que nunca podré volver.

Te echo tanto de menos.

Nunca lo admitiré pero yo te querré por siempre.


***

La niña que se quiso meter en la boca del lobo II

Treinta y nueve años, siete meses y trece días no es una mala edad para perder tu alma. A la vuelta de la esquina está la crisis de los 40 y cualquier cosa que pueda ayudar a paliar sus efectos es bien recibida. Cierto es que cuando uno lo tiene todo no debería quejarse por nada, pero todo el mundo sabe que esto no funciona así y, a veces, cuánto más tienes más necesitas y cuánto menos tienes menos carencias notas. Es una regla de tres directamente proporcional.

El doctor Montes sabía bien esto. Había comenzado a ejercer la medicina con 26 años, tras haberse graduado con un expediente de lo más envidiable y desde aquel 17 de Abril en que había comenzado, no había dejado de aprender cosas. Lo había pasado mal con el primer paciente que se le murió. Al parecer, es este un hecho de lo más traumático en la vida de algunos doctores y precisamente así sucedió en el caso de don Alejandro Montes Galiado, joven apuesto, de buena posición social, alegre y dicharachero que, bajo el ala de papá, nunca le dio por pensar que algo así podría pasar.

Con su rico y, sobretodo, grande corazón, acabó casándose con su primera y única novia. Margarita. Margarita era un par de años más joven que él, profesora de inglés, divertida, generosa y preciosa. Ella se enamoró al mes de conocerlo. Él se enamoró en el instante en que la vio. Hacían una pareja bonita y, como todos decían, parecían complementarse a la perfección. Vivieron siete años de feliz matrimonio más uno de agónico sufrimiento al final. Ocho años en total. Y contando el noviazgo fueron doce. Doce años que acabaron con un trágico desenlace en la fría cama de un hospital, donde Margarita exhaló su último suspiro, dejándole solo en un mundo asqueroso, egoísta y cruel.

Fue en ese momento, unos tres años atrás, en que Alejandro situaba el comienzo de su decadencia. Donde ya no era médico por vocación, sólo lo era por rutina. Había ganado ingentes cantidades de dinero y era ésta la única razón que le hacía seguir trabajando. Esta dedicación por ganar dinero le había hecho ser realmente bueno en su trabajo y, por ello, se había logrado situar entre los mejores doctores de su área. Insatisfecho como estaba, había empezado a consumir opiáceos para no ser tan consciente de cómo su vida se iba a la mierda. Y, sin saber muy bien cómo, acabó siendo médico y camello a tiempo parcial para un tal señor Ferrás. Y, mientras lo hacía, evitaba pensar cuántas de las sobredosis que atendía eran provocadas por él mismo.

Con la muerte de Margarita murió también su capacidad de decisión moral y ya no distinguía el bien del mal. Por eso Ferrás no pensó en ningún otro cuando Silvia acudió a él con su extraña solicitud. Si había alguien capaz de realizar semejante salvajada, sólo podía ser Montes.

pequeña contra el mundo

Mamá es súper divertida. Casi todos los días me lleva al parque o a algún sitio así para jugar y nos lo pasamos genial. A mí me encanta porque no es como las otras mamás, que se sientan todas juntas en un banco y hablan de otras mamás. No. Mamá viene y juega conmigo cada día y, a veces, nos reímos tanto que casi lloramos. Es tan genial que creo que hay madres que querrían ser como ella, lo digo porque no paran de mirarla fijamente, como para estudiar sus movimientos e imitarla mejor, digo yo.

Los papás de mamá, mis abuelos, siempre están intentando que no juguemos tanto y que se parezca más a las demás. Yo siempre me quejo pero dicen que me calle, que yo no lo entiendo. Pero es que sí que lo entiendo, auque ellos digan que no. A ver, digo yo que tan mala no será, si todos los niños del cole dicen que es muy divertida y les encanta (o por lo menos les encantaba) jugar con ella cuando viene pronto a buscarme.

Quiero mucho a mis abuelos pero me enfado cuando la tratan así. A lo mejor si la vieran en el cole con los otros niños lo entenderían mejor. A lo mejor se darían cuenta de lo molona que es en realidad.

A veces me preguntan por papá. No sé dónde está. Nunca me lo han dicho. Así que, por saber, no sé ni quién es. A veces escucho las conversaciones que tienen los abuelos con el tío Alfredo y de todo lo que he oído, creo que algo sé. Al parecer, papá era un señor malo, malo que trabajaba cerca de mamá o algo así. Por lo visto, un día se la encontró de noche, o se quedaron solos, no sé, y algo malo le debió de hacer porque la abuela siempre llora cuando lo hablan y el abuelo dice muchas palabrotas. El tío Alfredo siempre abraza a la abuela y le repite lo mismo, que no pudo hacer nada, que ya era tarde cuando se enteraron, que hicieron lo correcto. No sé a qué se refieren, pero algo malo pasó entonces.

La verdad es que al ser mamá tan divertida, nunca he echado en falta a papá, porque además, si le ha hecho algo malo es que no lo quiero ni ver delante. A lo mejor si mamá fuera como esas del parque yo querría un papá para ir y quejarme de ella. Pero no lo es y yo así estoy encantada.

Pero, no sé, últimamente parece que sólo yo estoy encantada. Primero las del parque y después los abuelos. Ahora también, resulta que los niños de mi clase ya no juegan con nosotras y, a veces, en los recreos, me llaman cosas feas. Y también a mamá. Y creo que todo empezó cuando, en Conocimiento del Medio, nos explicaron eso que tienen algunas personas, como que te falta un algo por dentro, un cromosoma o no sé qué. En fin, no sé muy bien cómo va, pero el caso es que venía una foto de una mujer que casi, casi parecía mamá.

La niña que se quiso meter en la boca del lobo.

Entró en un local oscuro y siniestro. No llegaba a ser un bar, aunque no se sabía muy bien por qué no lo era. Parecía más bien un lugar de reunión para personas sin vida. Unos cuantos individuos se congregaban a lo largo del lugar y se dieron la vuelta al verla llegar.

Seguía a Salas, un matón de metro noventa y siete y torso de casi un metro. Se hizo el silencio mientras atravesaban el recinto y todos los siguieron con la mirada hasta que llegaron a la puerta del fondo. Tras ella, un pasillo estrecho, sin apenas luz y lleno de humo se perdía ante sus ojos. Lo recorrieron y los zapatos de ambos retumbaron con cada paso.

No habían mediado palabra desde que se habían encontrado hacía un rato en una calle muy poco transitada de la ciudad. Salas ni siquiera se giró una vez para asegurarse de que seguía allí; simplemente caminaba con el convencimiento de que así era.

Pasaron frente a varias puertas antes de que, por fin, Salas parase delante de una más oscura que las demás y asintiese, indicándole que habían llegado.

Traspasó el umbral de madera y llegó a una sala amueblada sólo con un sillón individual y una mesa pequeña situada a su derecha con un vaso de Whisky sólo y un cenicero. Apenas estaba iluminada, sólo un par de bombillas cubrían la estancia de una luz mortecina y lúgubre. El humo apenas permitía distinguir las formas y sólo tras unos segundos se dio cuenta de que, repartidos por la habitación, había diferentes imitaciones del hasta hacía poco original Salas.

Desde el sillón un hombre la miraba con una media sonrisa que inquietaba más que reconfortar, como suelen tener por costumbre las sonrisas.

Salas#2 apareció de repente tras ella y la empujó ligeramente para que se acercase al hombre. Una vez cerca, pudo estimar que no llegaría a los 60 años pero tampoco andaba muy lejos. Su piel tenía aspecto áspero y daba la impresión de que podría llegar a raspar si se tocase con la suficiente intensidad. No era muy corpulento, más bien era menudo y de manos huesudas. Nunca se habría imaginado que la imagen de Ferrás pudiese ser tan decepcionante, tan…parecido a la de cualquier abuelo sentado en un banco del parque.

- Según me han dicho, llevas meses intentando llegar aquí – dijo con una voz no demasiado profunda pero sí lo suficiente para intimidar a quien hiciese falta.
- No es fácil encontrarte. Sólo hice lo necesario para conseguirlo.
- La mayoría abandona en el intento, pensé que tú harías lo mismo. ¿Realmente necesitas lo que me han dicho?
- Con todas mis fuerzas. Pagaré lo que haga falta.
- Una vez que te vayas no habrá marcha atrás. ¿Por qué no te lo piensas antes de que te puedas arrepentir?
- No lo necesito. Antes de empezar a buscarte ya lo pensé lo suficiente. Ahora sólo quiero lo que pido - Y cuando dijo esto posó un fajo de billetes junto al vaso de Whisky.
- De acuerdo. No seré yo quién te haga cambiar de idea. Buscaré a alguien dispuesto a hacerlo y cuando lo encuentre Salas te buscará. Él te llevará a donde haga falta y – devolviéndole el dinero – le pagarás a él.
- Gracias
- No hay de qué, muchacha, no hay de qué.

***


Caminaba tranquila dando un paseo y, cuando quiso darse cuenta, notó que la seguían. No se asustó; ya había pasado una semana y media desde su encuentro con Ferrás y suponía que no tardaría mucho más en recibir noticias.

Miró hacia atrás disimuladamente y comprobó que, de cerca, caminaba Salas. Se aseguró de que llevaba en el bolso lo necesario y, sin titubear se subió al coche oscuro que paró a su lado.

Condujeron hasta las afueras de la ciudad durante al menos una hora para el final de la cual ya estaba completamente perdida y pensando que, si paraban el coche y la echaban a patadas no sabría ni en qué dirección caminar.

Se bajaron en una nave industrial que parecía abandonada. Salas se quedó de pie junto a la puerta del coche y, con un gesto, le indicó que podía pasar. La puerta por la que entró daba a un pasillo oscuro que se abría al fondo dando paso a una habitación con un foco de luz. Se dirigió hacia allí convencida para ver, al llegar, una mesa de operaciones destartalada y una pequeña zona que hacía de falso despacho donde la esperaba un hombre un tanto demacrado, con barba de varios días y ojos cansados.

- ¿Eres Silvia?
- Sí.
- Siéntate.
- Me parece que la edad empieza a pasar factura a Ferrás y ya no sabe lo que dice. Tendrás que volver a explicarme qué necesitas para que la historia que tengo ahora mismo en la cabeza no suene de locos.
- Es probable que, aún así, le suene a locura.
- Intentémoslo.
- De acuerdo. Si usted es médico, es posible que halla oído hablar del paciente H.M. Un sujeto que sufría episodios epilépticos desde los 10 años.
- Es posible, pero no lo recuerdo.
- Entonces se lo contaré. Cuando H.M tenía 27 años, se sometió a una operación que tenía como objetivo solucionar esas crisis epilépticas. Para ello le extirparon bilateralmente partes del lóbulo temporal medial. Fue la primera persona que se sometió a esta operación, y también debió ser la última.
- ¿Desaparecieron las crisis?
- Desde luego que sí. Lo malo fue que tras la operación se descubrió que había quedado afectado por una amnesia profunda.
- Empiezo a pensar que puede que Ferrás no esté tan loco como pensaba.
- Ya se lo advertí.
- ¿Qué es lo que me estás pidiendo, niña?

Silvia sacó un papel del bolso y lo desdobló sobre la mesa descubriendo una foto de un cerebro humano.

- Quiero que me abra el cráneo y me haga una lesión como la de H.M. Que me estirpe la amígdala entera si hace falta y el hipocampo, y todo lo que sea necesario.
- Pero, ¿te das cuenta de los efectos que tendrá esto en tu vida? Es una locura.
- Tal vez sea una locura pero ya lo he decidido y si he acudido a Ferrás es porque sabía que me proporcionaría a alguien que me operase sin rechistar. ¿Lo he encontrado o no?
- No puedo rechazar un trabajo pero ¿no te das cuenta de que sólo eres una niña? Tienes toda la vida por delante, ¿qué te ha pasado para recurrir a una medida tan desesperada?
- Lamento decirle que eso no es de su incumbencia. Yo sólo quiero que alguien me opere sin más y quiero saber si va a ser usted ese alguien.
- Haré la operación pero espero que seas consciente de que una vez que salgas de aquí tal vez no seas capaz ni siquiera de formar nuevos recuerdos. Tal vez estés firmando la sentencia de muerte de tu consciencia.
- Prefiero una vida sin recuerdos que el resto de mi existencia con los recuerdos que tengo ahora.
- Bueno, por lo visto no puedo decirte nada más salvo que cometes un grave error.
- En ese caso, es toda una suerte que no haya venido aquí a pedirle consejo.
Y en toda la sala se hizo un silencio escalofriante. Como si acabasen de descubrir los cuerpos mutilados de 50 hombres muertos. Y en medio del silencio ellos dos se miraron.

Enero

En Uría había aquella tarde bastante gente. Hacía un día muy frío, de esos de invierno de verdad, de esos en los que el aire podría cortarte la cara. Pero no llovía, y eso siempre incita a dar un paseo, aunque sea a paso rápido para no perder temperatura.

Algunos se paraban tranquilos a mirar escaparates, otros caminaban rápido para llegar a algún sitio y otros esperaban frente al Corte Inglés mientras echaban miradas nerviosas cada medio minuto a su teléfono móvil.

La verdad es que nadie, por muy observador que fuese, habría notado nada extraño. Pero lo cierto es que, entre quinceañeras salidas y niños que arrastraban a sus padres, se trajinaba algo. Situados en zonas bastante estratégicas de la calle se situaban de forma relativamente dispersa cinco personas que no esperaban por nadie ni miraban escaparates. Todos llevaban una mochila oscura y observaban tranquilamente cómo paseaba la gente.

Prácticamente imperceptible para cualquiera fue el contacto visual que los cinco intercambiaron unos 20 minutos después. Asintieron suavemente y comenzaron a caminar hacia el mismo lado de la calle. Poco a poco se fueron alejando del centro comercial y comenzaron a caminar por zonas que, si bien seguían siendo parte del centro, empezaban a estar mucho menos concurridas que la Uría.

Llegados a este momento, los cinco individuos se habían convertido en tres. Sin mediar palabra, los otros dos habían dado media vuelta y habían emprendido la marcha en dirección contraria hasta girar al final de la manzana.

Aquí ya apenas había gente por la calle. De hecho, no había gente. Sólo un matrimonio de mediana edad caminaba unos pasos por delante de ellos. Matrimonio que paseaba tranquilo sin reparar en nada hasta que se dieron cuenta de que alguien les cortaba el paso.
Cuando se quisieron fijar, vieron lo que más tarde describirían a la policía como dos hombres relativamente musculosos y corpulentos. No se les podía ver el rostro; lo escondían bajo máscaras con forma de león y oso. Algo atrofiada debía de estar la percepción de esta pareja pues ni siquiera repararon en sus manos ocupadas y, para cuando lo hicieron, ya era tarde.

Se dieron la vuelta para evitar un enfrentamiento con León y Oso que, por el momento simplemente estaban parados frente a ellos. Lo que no se esperaban era que al girarse se encontrarían con una pantera, una cebra y un gallo.

Se quedaron petrificados en el centro de nuestros cinco misteriosos mirándolos uno a uno con la boca abierta. ¿Qué será lo que pasa por la mente en esos segundos que hay entre que te das cuenta de que va a pasar algo y ese algo empieza a pasar?

Desde luego que mucho no se les debió pasar por la cabeza, no porque no tuviesen pensamientos suficientes para rellenar medio minuto de su vida sino porque los cinco fantásticos no dejaron mucho tiempo. Apenas habían terminado de girarse cuando comenzaron a sentir golpes por todas partes. Los que más dolieron fueron los del cuello y la cabeza.

No duró ni diez minutos pero no fueron capaces de aguantar el dolor y, cuando no llevaban ni dos, la pareja ya estaba tirada en el suelo esperando a que aquello terminase. Ni siquiera se atrevían a levantar la mirada del suelo.

Ni siquiera cuando el grupo había desaparecido corriendo atravesando un parque cercano se atrevieron a moverse. Sólo se miraban para comprobar que estaban bien, que no había pasado nada. Y sólo un rato después se atrevieron a ponerse en pie.

En el suelo, a su alrededor, formaban un arco iris charcos de pintura espesa y pegajosa. La mujer miró hacia un edificio cercano y se vio reflejada en un escaparate. Vio su pelo formando una masa de forma y color extraño. Vio su cara goteando en color amarillo, fucsia y azul y vio su abrigo hasta las rodillas cubierto hasta la última esquina de círculos de colores.

Lo que más le sorprendió no fue su abrigo destrozado, ni el dolor en todo el cuerpo. No. Fue mirar a su marido. Con apenas tres o cuatro circulitos de pintura en chaqueta y pantalón. Lo que más le sorprendió fue ser el objeto de semejante barbaridad artística.

***

A un par de calles, cinco muchachos corrían como locos por en medio de la carretera y huían por callejuelas que poca gente transitaba o tan siquiera conocía.
Corrieron durante 20 minutos para, por fin, llegar a una zona alejada y poco poblada en la que ya cambiaron el correr por el caminar tranquilo. Así duraron cinco minutos más hasta que se pararon y uno de ellos abrió el portón de un garaje.

Todos entraron tranquilos y posaron sus máscaras sobre una mesa de madera que había al entrar. Después se tiraron en unos sofás medio rotos que había en el centro del rectángulo que formaban las paredes. Se miraron y sonrieron. Y es que todo había salido bien otra vez.

El mundo en tu cama

Tu cama es… como una nube flotando en una pompa de jabón que vuela relajada al ritmo de una canción.

Tu cama es como otro universo. Como un mundo feliz.

En tu cama no existen banqueros trajeados que juegan con el dinero del mundo. No existen mafias matando a sangre fría. No hay niños famélicos de tripa hinchada. El libre comercio en tu cama es un intercambio continuo de lo que tú y yo mejor hacemos.

En tu cama no hay políticos corruptos, no hay obispos que, en el nombre de Dios, juegan con niños. No hay guerras ni terroristas suicidas. Lo único que hay son Kamikazes Enamorados.

En tu cama, el mundo es justamente como debe ser. Justo como yo quiero que sea.

En tu cama, juegas a contar mis pestañas perdiéndote con cada parpadeo y volviendo mil veces a empezar de cero.

En tu cama, yo juego a acurrucarme en los recovecos de tu pecho y pienso que, si ahora de golpe, el mundo se fuese al carajo no podría estar en mejor lugar.

Y que si el mundo es una mierda, lo es un poco menos si estoy contigo.

La indefensión aprendida de un corazón hecho un lío.


Llevo toda la noche sentada frente a una página en blanco. Las esquinitas ya están de tinta hasta las orejas y se retuercen sobre sí mismas en la dirección en la que un Bic las ha presionado hasta llegar a sus límites. Su interior sigue siendo de un blanco impoluto y entre un viaje y otro a la cocina a por algo de comer pienso que tengo mucho miedo.

Mucho muchísimo.

Tengo miedo porque yo no sé sentir toda esta rabia. No sé qué hacer con esta cólera extraña que me roe las venas.
Tengo miedo porque te desprecio, te detesto, te aborrezco y te maldigo una y mil veces.
Tengo miedo porque el devenir de sentimientos dentro mío es tan, pero tan grande que ni siquiera soy capaz de escribir una hojita de mierda. Ni siquiera medio pliego.
Tengo miedo porque soy como la rata de Seligman, porque da igual lo que hagas conmigo, yo ya no me muevo. Ya no sé qué hacer contigo. Y me quedo petrificada en una esquina de la jaula mientras me pinchas y castigas con un programa de intervalo variable. Tengo miedo porque creo que ya no tengo escapatoria.
Tengo miedo porque hasta creo que te odio un poquito. Y yo nunca he odiado a nadie, ¿sabes? Si, tengo ese odio que se tiene en la distancia a gente como Paris Hilton pero nunca, nunca he odiado a nadie, y es que odio odiar.

Odio odiarte.

Porque no sé cómo hacerlo. Porque, por naturaleza, a mí me sale quererte. Porque, ya sé que dicen que eso no se hereda, pero es que creo que a mí lo de quererte me venía en los genes. Ahí, concentradito, entre la información del pelo negro y la de mis pestañas rizadas.

Porque, de verdad de la buena, te prometo que odiarte es lo que más odio en el mundo.

Mi vida negra.

Negro.negro.negro.

Como la noche en un pueblo perdido.
Como mi vida sin la tuya.
Como mis ganas de llorar.
Como todos mis días
con ganas de llorar.

Como la nube que me persigue,
la tormenta que me empapa.
Como los cuadernos que lleno con tu nombre
con ganas de llorar.

Como mi existencia.
Como el agujero negro que me engulle.
Como esa tristeza pegajosa que me recuerda a ti.
Como mi esperanza rota
con ganas de llorar.

Como mis sueños cada noche.
Como mis paseos por las calles.
Como mis risas forzadas.
Como mi angustia constante
con ganas de llorar.

Como tu estupidez riéndose de mí.
Y, mientras, yo con ganas de llorar.

Odio.

Sólo soy la angustia que se agazapa en tu sombra, la que se alimenta en tus silencios, el polvo gris y maloliente que lanzas con desprecio en el interior de un sucio cenicero. La que te dice mil veces que no y tú entiendes mil veces que sí. La que dejó de quererte hace tanto que ha olvidado lo que es un beso de verdad. Sólo soy los huesos que rompes, los ojos que amoratas, los labios que revientas. Soy esa a la que sorbiste el amor y rellenaste de odio.
Odio a tus mejillas casi moradas, a juego con las venas de tus ojos. Odio a tus manos grandes y fuertes que han decorado mi espalda más veces de las que nunca habría imaginado. Odio a tus patadas, que me acurrucan en una esquina de la cocina, con tu plato de comida restregado contra mi pelo. Odio a tu voz, que me estremece si susurras y me aterra si gritas. Odio a esa mirada lasciva con la que llegas a casa de noche. Esa, que no dice nada pero que, en realidad, grita “esta noche sí o sí. Esta noche te vas a joder. Esta noche me vas a mirar desde abajo. Esta noche vas a caer”.
Y, aún así, nada se compara con el odio a mí. Ese que aún no se cree que siga a tu lado. Ese que me recuerda a cada instante que no me mereces. Ese que chilla por encima de tus ojos y dice: “no, no, no. No se lo consientas. Lárgate. No te quedes. Huye. Corre”. Ese que se ríe de mi por inocente, por estúpida, por niña idiota. Odio al miedo que me hace olvidar mi amor propio. Odio a mi orgullo, por no querer reconocer que me equivoqué, por no hacer caso, por dejarme cegar sin resistirme ni un ápice.
Y, sobretodo, odio a todo el tiempo perdido. Al maquillaje desperdiciado, a las horas vacías, a las sábanas frías. Odio a mi vida, por llegar a este punto. Odio a la desesperación que me ha consumido.

Pero hoy. Hoy ya no soy esa pequeña que atemorizas y amenazas cada noche. Hoy dejo de ser tu saco de golpes, tu marioneta, tu juguete.

Hoy. Hoy sólo soy la puta que te va a matar.

Lección #1: ...con Raquel.


- ...¿te acuerdas del niño aquel de gafas de pasta, Ankara? Sii, el que no paraba de correr detrás de ti todos y cada uno de los recreos para robarte algún beso. Mira que eras arisca. Pobre chico.
- ¿Pobre chico? ¡Arg! sabes bien que no me interesaban esos asuntos cuando era una renacuaja, y a ti tampoco. Qué buenos años... que pocos quebraderos de cabeza. ¿Te acuerdas cuando nos fugábamos de religión para acostarnos en el césped del patio y charlar?
- Que si me acuerdo dice... de la bronca que me echó mi madre el día que nos pilló la directora también me acuerdo.
- ¡¡Hostias!! No me acordaba de eso...




- Oye, Raquel, tú cuando seas mayor, ¿vas a tener novio?
- Pues no lo sé, supongo que sí. Todas las mayores lo tienen, ¿por?
- No sé, por saber. Es que a veces lo pienso, cómo va a ser mi novio y todo eso.
- A ver... ¿cómo te lo imaginas?
- Ay, no sé, yo creo que una mezcla de Sergio el de BomBomChip y Nick Carter.
- Anda, no disimules pillina, que tú lo que quieres es que sea como el gafotas de Daniel...
- ¡¡¡¡No!!!! Ay, qué pesado es. Yo lo que quiero es uno que sea como los chicos de los cuentos, no baboso y pesado como Dani.
- Te diré algo... Yo creo que los chicos de los cuentos solo están en los cuentos. Vamos, que solo son atentos y románticos hasta decir basta en las películas. Además, no seas tonta... No querrás estar con un tío que está programado para pasarse horas diciendo “cuelgatú-notontacuelgatú”... Ankaris, los príncipes azules son para las princesas, y tú y yo no somos princesas.

- ¡¡¡NIÑAAAAAS!!! ¡¡¡Pero bueno!!! ¿Otra vez aquí? ¡¡Yo ya no sé qué hacer con vosotras!!

- Mierda, la dire otra vez! Tenemos que buscar un sitio mejor para escondernos!


...


- ...Ankara, ¡¡ANKARA!!
- ...eh... eh, dime, dime.
- Joder tía... hoy estás en otro mundo. ¡¡¡Que reacciones!!! Y que no digas palabrotas, coño, que para algo fuimos a un colegio de monjas.
- Ja,ja,ja...que graciosa. Es que recordaba nuestras conversaciones en el césped. Y ¿sabes qué, Raquelita? Tenías razón... Los príncipes son sólo para las princesas.

**Colaborando con Raquel, de ...Raquel Busca su Sitio... :)

No sólo es tu labia

* Dios mío, cada vez estoy más convencida, el día menos pensado me vuelvo loca, loquita.
- ¿Y eso?
* No sé, he llegado a la conclusión de que debe de ser un efecto secundario de estar a tu lado.
- Vaya, qué bien me deja a mí eso…- Fijó la mirada en el suelo a la vez que agachaba la cabeza.
* Bueno, a mí no me parece tan horrible. Sólo a veces se hace insoportable, el resto del tiempo es bastante llevadero. – Levantó la cabeza y le miró a la cara con sonrisa picarona.
- Cada vez me lo pintas mejor. Si te vuelvo loca y, en el mejor de los casos, sólo soy llevadero, ¿por qué sigues conmigo?
* Pero si lo has dicho tú mismo, porque me vuelves loca.
- Tú…tienes respuesta para todo, ¿no?
* Eso intento, el día que me quede sin qué decir estoy perdida. ¿No ves que mi labia es lo único que me salva cuando estoy contigo?
- No sólo es tu labia. Es tu risa a borbotones, tus pompas de chicle y tus manos melosas. Son tus ojos dándome los buenos días sobre la almohada. Tus abrazos traicioneros por la espalda que me dejan temblando de tanta intensidad. Son las bromas sin gracia que gastas para que me ría de ti (y no contigo). Es la forma en que te chupeteas los dedos después de comer chocolate. Son los mensajes que me mandas sin decir nada, simplemente un “hola, ¿sabías que me encantas?”. Son esas tonterías que dices a veces que me dejan pensando que eres la persona más extraña que conozco. Es cuando te pones chula y no dejas que nadie te pisotee. Es cuando te quedas dormida en el cine y te sobresaltas de repente, me miras aturdida y con ojillos de pena. Es cuando estás tan contenta que pegas saltitos por la calle cuando caminas a mi lado. Es cuando sonríes sin razón. No sólo es tu labia. Es tu forma de andar, dormir y, si me apuras, es hasta tu forma de mear. Es la forma en que te despiertas, con el pelo alborotado, los ojos a medio abrir, entumecida y con cara de pocos amigos. Son tus fotos en mi cartera. Tus despedidas interminables. Es tu compañía cuando no quiero compañía, porque cuando quiero estar sólo, sólo, sólo, si estás tú no me importa. Es tu adorabilidad superlativa. Tu existencia, simplemente.

Se abalanzó y le dio el beso más intenso, largo y húmedo de la historia a la vez que le apretaba contra sí.

* Eres un desgraciado – le susurró – Me has dejado sin labia.

Lo que pasa por mi mente II

¡Mierda!
De todas las canciones de todos los discos de todos los artistas del mundo… tenía que sonar precisamente ESA. Si es que parece que el universo está contra mí.

¿Qué hago? ¿qué hago? ¡¿qué hago?! A ver, que no cunda el pánico, voy a apagar la radio y no pasa nada, aquí no ha pasado nada, lo olvido, lo omito, lo ignoro. Si. No pasa nada.

[Off]

Ay, así está mejor. Mucho mejor. Ya hasta me puedo oír pensar.

Pero jo, la verdad es que es una canción bonita… Igual mejor la vuelvo a encender y la escucho un rato.
Total, me controlo, no me va a afectar.

[On]

Uy, además es una versión acústica y en directo. ¡Qué bonita! Suena genial. Vaya, seguro que le encantaría oírla.

¡Vaya hombre! Ya tuve que acordarme. No, definitivamente no fue buena idea volver a encender la radio.

Bueno, ¡ya estamos! Si es que soy la tremendista de la casa, si en realidad no es para tanto. ¿Y qué si me acuerdo un poquito? Es normal.

Además, ¿qué pasa? Y ¿por qué no puedo llamarle para decirle que ponga la radio? A ver qué va a ser esto…

No,no,no.

No, Sylvia, no. Pero bueno, ¿qué te pasa? Sabes que no puedes hacerlo, que no deberías. No ves que luego acabas por los suelos una semana entera. ¡Que no y que no!

Mira, mejor me pongo a hacer algo para distraerme y ya está. Yo que se, mirar los e-mails o escribir algo en el ordenador.

YoQuéSé. Algo, lo que sea para no acordarme.

Venga, muy bien. Esa es la iniciativa que me viene bien. Estupendo, mira qué bueno; enciendo el ordenador, meto la contraseña, tin-tin-tin-tin-tiiiin. Windows me da la bienvenida. Muchas gracias, me encanta.

¡Meca! ¿y esto? Pero, ¿yo cuándo me he despistado? Menuda mierda, ni siquiera mi inconsciente me apoya.

¿Cómo narices he llegado a su carpeta de fotos?

Bueno, y es que encima soy masoca…Voy y abro la primera. Es que lo mío es para estudiar, de verdad. No, y lo grave es que no cierro…

No, y más grave es ¡que le doy al intro para ver más!

Ay, ay, ay pero mira que guapos salimos en esta. Jo, es de cuando fuimos a Bilbao. Qué bien lo pasamos…

Ay, qué ojillos le salen aquí, tan brillantes y tan, tan, ¡tan estupendos!

Bah, ¿y si le mando un mensajillo? Uno solo, para ver qué tal le va…Digo yo que tampoco pasa nada, ¿no?

Jobar, mira que soy pesada, estoy aquí dando la vara y seguro que él ni se acuerda. Que ya valió. ¡hombre ya!

Apago el ordenador y como si tengo que ponerme a ver el documental de la 2. Seguro que eso no me lo recuerda y estoy en paz una horita.

Vamos, y es que, si hace falta, hasta quemo el móvil. Era lo que me faltaba ahora. Andarme con tonterías.

Uff, pero es que ha sacado disco nuevo Pereza y a lo mejor no lo sabe y si no lo sabe, ¿cómo va a saber cuál es la canción que le recuerda a mí?

Mierda, ¿y a mí qué más me da, si no quiero recordarle a ninguna canción?

¿Y si Quique González viene al Filarmónica y da un concierto que lo flipas? No voy a ocultárselo…que sería ser mala persona.

No, él sí que es mala persona... que, mira por donde, yo sí sé qué canción me recuerda a él del disco nuevo de Pereza.

¡Ja! La de Pirata. Claro, lo que pasa que él, los cuernos y el rabo, los lleva siempre, en Tierra, Mar y Aire. Y comiendo, y durmiendo, soñando y andando.

¡Dios mío! ¿Tanto pido? Si sólo quiero estar una maldita hora tranquila sin un estúpido en mi cabeza.

La chica que patinaba muy rapido para sentir el viento

A las 7.27 de la tarde de un Lunes 13 de Agosto, Alma sale de casa. Lleva una mochila color azul cielo y unas zapatillas de deporte haciendo juego. Lleva un mp3 enganchado a su chaqueta y el móvil le hace un bulto en el bolsillo trasero del pantalón.
Lleva todo el día con ganas de moverse y por eso ha salido de casa con los patines a su espalda. Hoy no le apetece cargar con la bici.
A las 7.39 ha llegado a un parque cercano, se ha calzado los patines y ha comenzado a ondear su melena al viento. Hay un camino que sale del parque, buscándose un hueco entre árboles y arbustos y casi acariciando la autopista a Mieres.
Le gusta patinar porque siente el viento contra su cara y porque con la velocidad y la música de su mp3 se siente libre. Pasa entre ancianos, bicicletas, perros y niños y los deja a todos atrás. Coge velocidad y va tan rápido como nunca ha ido. Seguro que si ahora dejara de impulsarse seguiría en movimiento eternamente pero no es suficiente para ella y sigue impulsándose.
A las 8.02 ya siente el calor en sus mejillas y ha llegado a una fuente. Bebe un poco, se refresca la cara y ya comienza a volver. No está siendo el mejor de sus días, su mente divaga mucho y la hace desconcentrarse del patinaje pero hoy, por extraño que parezca, no le molesta.
Lo único que quería cuando salió de casa era sentir la velocidad en sus huesos, y lo ha conseguido ¡vaya que sí! Así que, si divaga un poco pues no pasa nada.
Cuando está casi de vuelta se nota cansada. Se sienta en un banco que ve a la orilla del camino y respira profundo. Son las 8.32 y en su mp3 suenan los Días Azules de Iván Ferreiro.
Acaba la canción y está muy a gusto. En ese momento de silencio, entre una canción y otra, oye un crujido sobre ella, pero no le da tiempo a mirar. Un anciano se le acerca y le pregunta la hora.
- Sí, señor, son las 8.36. Una hora maravillosa para dar un paseo, ¿A que sí?
El anciano, que ve en la muchacha un reflejo de su nieta, o su hija hace unos años, entabla una conversación cordial con ella. Es tan risueña y amable que quién no lo haría.
A las 8.44, el anciano abandona el banco y deja a Alma sumida en sus pensamientos. Se ha vuelto a poner los cascos y ahora suena Zahara. Su voz, melódica, suave y maravillosa la relaja y la transporta a otro mundo, su mundo interior. Y está encantada.
Ya se ha quitado los patines, y en el momento en el que casi, casi, ha acabado la canción, y Alma ha pensando: “una canción más y me voy”, justo en ese momento, un ruido se sobrepone a su mp3.

***


A las 8.49 una viga de madera ha caído del puente que está justo encima del banco en el que se sienta Alma, con tan mala suerte que le atraviesa las costillas y la perfora entera por dentro.
Tirada en el suelo, el blanco cable de su mp3 se impregna de granate y a sus pies, el azul cielo de sus playeros combina fenomenal con el rojo muerte de su sangre.
El casco izquierdo sigue en su oído y ya muy de lejos oye el último verso que despide su vida. Su último pensamiento lo dedica a la ironía con la que su mp3 le dice adiós.
A las 8.50 Alma yace muerta en el suelo con una viga de casi un metro atravesándole el pecho.
Extrañamente, el informe forense informa sobre lo que nadie sospechaba. La viga acabó con su vida, pero si algo es seguro, es que aquel corazón presentaba magulladuras, heridas y roturas insalvables previas a la estaca que lo acabó por destruir.

Y en sus oídos sigue retumbando la canción…
…me moriré de ganas de decirte que te voy a echar de menos.

Efecto Charcot

¡Mecachis en la mar! Tres días de clase y ya hay profesores sacando de quicio al personal. Enervándome tanto que me hacen perder mi récord de entradas “literarias” consecutivas en el blog para dar rienda suelta a mi irascibilidad contra esos energúmenos que llegan a clase, se sientan en esa mesa grandota y empiezan a vacilar así, tan gratuitamente…

Y es que sobran las palabras cuando puedo citar textualmente algunas de las que pasarán a ser estamentos básicos del Manual del Mal Profesor (MMP):

- Todo alumno que llegue a 4º de carrera con un número de libros sobre [psicología] inferior a 60 en casa no vale para nada.

(Creo que aún no ha descubierto la existencia de las bibliotecas. Te dejan
un libro, chupeteas el conocimiento y lo devuelves. ¡Voilá! Sabes más y con más
espacio en casa, ¿cómo? Magia Borrás)

- Todo alumno que venga a la universidad y coma en casa con sus padres no es un universitario de verdad, es como si nunca hubiese dejado el instituto. Igual que los alumnos que duermen en casa o que en 30 minutos llegan en bus a la universidad.
(Claro, cierto es que mejor sería que tuvieran que caminar por caminos
polvorientos durante días para llegar a la fuente del conocimiento que son sus
clases)
- ¿Qué es eso de que haya universidades en cada pueblo? ¡Me acuerdo yo de cuando te tenías que desplazar, como debe ser!

(¡Eso, eso! ¿Qué es eso de la cultura tan cerca del populacho? ¡Pero bueno!)
En fin Serafín, que hay para dar y regalar y no tengo hoy mucho cuerpo para seguir rememorando. De todas formas he aprendido algo valioso que quiero compartir con vosotros, amables personitas que me leéis de vez en cuando :)

Hay una cosa denominada efecto Charcot (o Chucrut, como a mí me gusta llamarlo) que consiste en el fenómeno según el cual el psicólogo encuentra lo que él mismo propaga. Vamos, para explicarlo y que todo el mundo lo entienda. El Charcot éste es de la época de Freud y organizaba unos “espectáculos” (que entonces no eran considerados espectáculos) en los que presentaba a una paciente con histeria a una serie de médicos, escritores, etc y les describía los síntomas de la paciente. De lo que este señor no se daba cuenta era que al describir lo que esperaba que ocurriera, la paciente acababa por llevar a cabo lo que el doctor contaba. Es decir, la tía interpretaba lo que el médico decía. O sea, un teatrillo al fin y al cabo que lo que nos viene a decir es algo así como que si yo ahora cojo y me pongo a decirle a alguien “Oye, te veo super nervioso, no ves que te sudan las manos, pero ¿qué te pasa? En serio, tienes muy mala cara, ¿qué tienes? ¿qué te pasa? ¿qué sucede?” da igual que no estuviera nervioso, al final lo acaba estando de aguantarme y, mira tú por dónde, mi hipótesis inicial ha sido confirmada.

Pues bien, ¿qué es lo que he aprendido? Que hay profesores que creen que el efecto Chucrut sigue existiendo y que se puede aplicar a cualquier persona, en cualquier lugar y circunstancia. Así que ellos llegan y nos cuentan la milonga de que son buenos profesores y los muy estúpidos creen que nosotros vamos a ser como la histérica de Charcot y les vamos a seguir el rollo.


¡NO SEÑOR!

Así que unámonos por una buena causa.
Campaña para la erradicación de los profesores-escoria de las aulas
(después ya nos ocuparemos de tirar Bolonia por el retrete)
**12 meses. 1 causa**

- Reeditado en Julio de 2010: Este profesor terminó siendo sumamente maravilloso. Es un señor agradable, achuchable y dicharachero. Un ejemplo más de que, a veces, y sólo a veces, la primera impresión no siempre cuenta. -





Charcot y la histérica (Blanche Wittmann) en uno de sus shows de los martes

Como Barbie

Cuando sea mayor me voy a comprar un pony, un coche gigante de color rosa chicle y un castillo enorme con un puente de color fucsia chillón.
Voy a tener un jardín con muchos columpios y todo el mundo podrá venir cuando quiera para jugar conmigo porque, además, voy a vivir al lado de Disney World para que Aladin, Donald, la Cenicienta y los 7 enanitos vengan a mi casa a merendar.

¡Ah! Y voy a comer chocolate todos los días y bocadillos de Nocilla y gominolas y gusanitos… y helado de turrón.
Además voy a vestir como yo quiera, voy a llevar siempre mi vestido blanco de princesa, el que me compró mamá el año pasado para la fiesta del colegio, y lo voy a llevar con una corona diferente cada día y con zapatos de tacón.
Voy a hacer que vuelva el Club Disney y no sólo los sábados, lo van a echar toooodas las mañanas y veré los dibujos todos los días mientras desayuno.
Voy a vivir con mi novio, un Kent todo moreno, alto y atlético. Iremos juntos al teatro, al cine, a hacer submarinismo y escalada.
Pero mi Kent no va a ser como el de la mamá de Sergio, que creo que está estropeado. Y eso sí que no, yo para tener un Kent defectuoso no quiero nada, que no es que alguna vez haya tenido alguno, pero cuando mamá y papá hablan de él, papá dice hasta palabrotas de las gordas, y eso que a veces estoy yo delante…Así que no me quiero imaginar las palabrotas que dirá la pobre mamá de Sergio. También es mala pata, tantos Kenes sueltos por ahí y que justo te toque uno estropeado. Dice mamá que no tiene corazón, y claro, así a dónde pretende ir. ¡Normal que le de problemas!
A veces llego del cole y Susi, la mamá de Sergio, está en casa, tomando café con mamá. A veces escucho detrás de la puerta y, a veces, llora. Me da tanta pena que siempre que la veo le doy los abrazos más fuertes que tengo, para estrujarle un poco la tristeza y que se le salga por las orejas, pero no sé si lo consigo.
Debe de ser una caca que te toque un Kent defectuoso, pero no sé, podrás cambiarlo por otro ¡O por lo menos deshacerte del malo! Siempre que se lo digo a mamá se enfada conmigo y me dice que no es tan fácil y que deje de meterme en cosas de mayores pero es que, ¡jo!, pobre Susi, pudiendo estar con un Kent guay, que se tenga que quedar con uno tan chuchurío… Y eso que todo el mundo dice que el de Susi parece un señor decente.
Bueno, a mí me da igual, la mamá de Sergio que haga lo que quiera, pero mi Kent no va a ser como el de ella. Mi Kent va a ser estupendo y si no lo es, ¡Lo mando al carajo! Que en mi castillo no entra cualquiera.

...

Si fueras un peluche y yo tuviese cuatro añitos, te achuchaba sin descanso.
Si fueras un helado me comía hasta el palo.
Si fueras un río, te nadaba entero hasta llegar al mar.
Si fueras una ciudad, te caminaba calle por calle mirando cada edificio como miro tus lunares.
Si fueras una cerveza, te bebía entero y guardaba la botella para recordar lo bien que sabes.
Si fueras un radiador, me pegaba a ti hasta en las noches de verano.
Si fueras una tormenta me empapaba hasta que la ropa destiñera sobre mi piel.
Si fueras la luna, no sabría ni cómo es el sol.
Si fueras un disco, serías el único en mi mp3.
Si fueras un coche, no iría andando ni a comprar el pan.
Si fueras un libro, el bibliotecario se olvidaría de mi cara.
Si fueras una luz, me quedaría ciega de mirar y no parpadear.
Si fueras un terremoto, viviría en tu epicentro.
Si fueras un sueño, sería peor que la Bella Durmiente.
Si fueras un sugus, no dejaba ni el papel.


Si fueras un chaval, te amaría eternamente.
Ojalá se te congele el corazón y nunca, nunca vuelva a sentir calor. Que acabes colgandolo del radiador, como un jersey en invierno, para ver si consigues entrar en calor.
Ojalá te levantes cada mañana con temblores enfermizos, con sudores fríos porque yo no estoy ahí. Para recibirte cada mañana, para dar calor a tus sábanas, para dar sentido a tus días.
Que espero que me eches de menos hasta que el dolor gotee de tus ojos y los pedacitos de tu corazón te impidan respirar atascados contra tu esternón.

Que percibas la Indiferencia en mi mirada.
Que sufras mi Ausencia cada instante de tu vida.
Que te incordie la Tristeza y te haga cosquillas tras la oreja.
Que la Cobardía te tire del pelo y la Estupidez te siga hurgando la nariz.
Que se pudran tus Recuerdos y te agazapes bajo el peso de tus Errores.
Que el remordimiento te consuma.

Que te arrepientas todos y cada uno de tus días.

fisiología de mi amor por tí.

Cuando escucho esa canción que un día hicimos nuestra, en mi oído martillo, yunque y estribo se unen en una danza uniforme y con tanto estilo que ni siquiera el Circo del Sol podría superarlo. Es tanto lo que siento, que ni la cocaína activaría así mi sistema dopaminérgico. ¿Te das cuenta de la magnitud de lo que digo? Que eres mi droga, te digo.

Cuando huelo tu perfume, mi hipotálamo se vuelve loco, loquito y hay una explosión de hormonas tan grande en mi diencéfalo que si me pudieras estrujar como a una toalla mojada llenarías tres calderos hasta arriba. Chorreantes, como el de Harry Potter. Pero multiplicado por tres. No es que me repita, es que quiero dejarlo claro.

Cuando saboreo tu boca, mis papilas gustativas bailan el cha-cha-cha mientras yo sigo el ritmo de su taconeo con la punta de mi pie.

Cuando veo tu rostro, los conos de mi retina lo flipan en COLORES y los bastones se saturan con la luz que desprendes. Es como cuando estás a oscuras y de golpe encienden la luz y, por un momento, no ves nada. Eres el destello que me ciega.

Si pienso que algún día me puedas faltar, mi cortisol se cruza de brazos impidiendo que mi glutamato se recapte hasta que se asegura, una y mil veces, de que sigues ahí. ¡Cómo te voy a dejar marchar! Si no me funciona el cuerpo cuando te vas.

Que es que si me hacen una resonancia en el momento en que pienso lo mucho que te quiero, te aseguro que mi corteza prefrontal emite un color tan, pero tan rojo que hasta le hace sombra al sol.

Y es que, cuando estoy contigo, todas las neuronas de mi corteza parecen despertar de un letargo continuo para dar paso a la mayor desincronización cortical.

Y ya no me hagas hablar de lo que pasa cuando me tocas

…porque se puede fundir el mundo.

Y yo, estúpida de mí, sigo aquí
y consulto mi reloj a cada minuto,
y miro a todos lados porque aún pienso…
Aún tengo esperanza.

Y tan, tan imbécil soy,
que sigo diciendo a la gente
que esa silla, la que está vacía, no está libre.

Y me miran raro
porque no se lo creen.

Pero es que estoy esperando por ti,
a que llegues y te sientes
y me cojas de la mano.

Y me des un beso
y me preguntes que qué quiero
y yo te conteste,
dejando escapar entre mis pausas
pequeñas partículas melosas
que aumentan el nivel de amor en la atmósfera
hasta que el calentamiento global es solo culpa nuestra,
que sólo te quiero a ti.

Y tú sonrías y me mires,
así como haces tú,
así como a mí me encanta,
y me digas que soy una payasa
pero que soy tu payasa.
Y que en el fondo te gusta
oír mis payasadas.

Y después poder decirte
que el universo
resurge, revive,
florece, brilla, renace y estalla
cada vez que tú
ríes, hablas, susurras,
escuchas, duermes, miras o callas.

Y regalarte mis tequieros.
Y liberar los tuyos
de su prisión de celofán rojo
para arroparme bajo ellos
junto a ti.
***

La vela

Cuando llegué a casa, tu vela estaba encendida. No sabe que lo sé, nunca conseguí que salieran de su boca las letras que forman tu nombre, esa sola palabra que necesitaba formar cada vez que le pregunté de dónde la había sacado.

Nunca la quise forzar demasiado, quizá porque sé que sus ojos se vuelven vidriosos cuando te recuerda en silencio viendo una película, o leyendo un libro, o cocinando, bailando, hablando, riendo, durmiendo o soñando, siendo todo gerundio y ninguno presente. No quiero que te recuerde, porque le haces daño. Porque es lo que más quiero en el mundo. Y le haces daño.

Colgué mi abrigo en el perchero del recibidor y tiré las llaves sobre la mesa de la cocina justo antes de dirigirme a la nevera y beber un sorbo de agua. Desde el salón me llegaban acordes sueltos de una melodía familiar. Atravesé el pasillo y llegué a una sala en penumbra, con una pequeña lámpara intentando dar fuerza a la luz de la vela.

En el sofá me daba la espalda. Llevaba una camiseta de tirantes muy fina, que dejaba ver cada nudo de su columna al agacharse. De su oscuro pelo, sólo unos pocos mechones escapaban de una larga cola que parecía haber sido echa por las manos de una niña que experimenta por primera vez con su muñeca. Unos pantalones cortos la ayudaban a evadir el calor. Desde su regazo sobresalía una guitarra a ambos lados de su cuerpo, la cual rozaba con cariño mientras ladeaba la cabeza hacia la izquierda.

Me acerqué suavemente y sólo le dí un beso en el hombro desnudo, para no distraerla, porque siempre me ha encantando verla con su guitarra. Me senté en el lado opuesto del sofá para poder ver su rostro. Sus cejas casi se juntaban en un gesto de concentración extrema, y su boca hacía movimientos en silencio, los movimientos que siempre hace cuando está escribiendo algo nuevo.

Sobre una de sus rodillas reposaba un cuaderno de notas y un lápiz. Me incorporé suavemente y pude ver que la primera hoja estaba llena de tachones y palabras sueltas rodeando unos versos que llegaban hasta el final de la página.

Nunca te pregunté cómo la dejaste marchar. Cómo fuiste capaz de marcharte y verla llorar. Lo he pensado a menudo, porque sé que yo no sería capaz. Me parte el alma en dos el sólo verla emocionada por tu recuerdo y ni una sola vez he querido ser yo quien provoque esa emoción. ¿Alguna vez te has arrepentido? Sé que yo lo haría, cada vez que me da un beso, cada vez que me abraza, cada vez que sonríe pienso si sabrás lo que perdiste. Yo no podría vivir.

Pasó un rato y acabó posando la guitarra a un lado del sofá tras cerrar la libreta. Levantó la vista y me miró, sonriendo. Se levantó y caminó hasta mi parte del sofá, subió primero una pierna y luego se sentó, acurrucándose en mi abrazo mientras yo la apreté muy fuerte contra mí. Me dio un beso.

Se volvió a levantar para poner un poco de música. Y mientras volvía se inclinó y apagó tu vela. Pero, justo antes de que lo hiciera, vi algo. Sus ojos habían cambiado, brillaban incluso en la oscuridad, de una forma que nunca antes había visto. Y vi que, al apagar la vela, en realidad se despidió de ti. Por fin y definitivamente.

Y de fondo sonó la canción número 9.

Adiós insensato. Nunca te entenderé.



**[Deprisa, espero que te guste ;)]

La guitarra que acumulaba polvo en un ático soleado

Su nombre tenía mucho estilo, pero algo falló en el camino y no supo mantener la elegancia. Solía ser hábil, inquieto y tenaz. Vivía la vida, probaba sus límites. Soñaba con ver a los Strokes algún día en directo aunque, humildemente, se conformaba con los Rolling.

Vivía en un ático soleado donde abría la ventana y dejaba escapar las notas de su guitarra, poniendo banda sonora a vidas grises y oscuras que paseaban por su calle. Ni sospechaba que, algún día, le acogerían entre ellos. Ni sospechaba que su mundo se acabaría tirando por esa ventana para no verle destrozarse.

Tenía muchos sueños; recorrer Europa en coche, hacerse rico, escribir un libro. Tirarse en paracaídas, grabar un disco, conocer a Scarlett Johansson. Pero es que un día llegó a casa y algo le atenazó. Se acurrucó en la cama y, desde entonces, nada le consiguió animar. Arrastraba los pies, curvaba su espalda. Se le torció el humor un día y no se supo recuperar. Dejó caer su coche por un barranco y pasaba las noches por las aceras. Con su juventud en la palma de la mano se codeaba con viejos que iban de la mano de algún licor barato.

Hacía tiempo que había conseguido que le echaran del trabajo, dedicándose por ello a la vida contemplativa. Aunque se había buscado un buen empleo, eso sí. Uno que se amoldaba perfectamente a sus necesidades. Iba de supermercado en supermercado recogiendo las monedas olvidadas de los carros de la compra.

Fue por azar que conservó su casa pues, por fortuna para él y desgracia para sus vecinos, fue de pago pre-delirium. La nevera estaba estropeada y en los armarios no había comida. ¿Qué más daba, habiendo alcohol? Con el estómago vacío, un poco menos sube más. ¡Qué dicha la suya!

Quería casarse al llegar a los 30 pero, siendo sinceros, no era probable que lo consiguiera, pues hasta las mujeres de pago le negaban sus servicios.

Quería conocer California, Japón y Buenos Aires, pero afincarse, eso sí, en algún sitio de Suecia. Ahora era un milagro si salía de su barrio y los niños le conocían como el borracho raro del parque. Todos menos uno que le llamaba hermano, mihermanoborracho, pero en casa, a escondidas, sin que los otros le escuchasen. Ni siquiera su madre, que se ponía a llorar si lo oía mencionar.

Su lema había sido el famoso Carpe diem pero, sin saber muy bien cómo, dejó de vivir la vida y ésta lo empezó a consumir a él.

Ya ni siquiera ve su reflejo en el espejo.

*-*-

* No entiendo cómo puedes llevarlo tan bien.
- ¿Por qué? Cuanto antes se supere mejor, ¿no?
* Pero si es que no han pasado ni unas semanas y, si yo lo paso mal…A la fuerza tú tienes que sentirlo aunque sea un poquito.
- Es que no hay nada que sentir, amigo mío. Desde mi punto de vista todo está donde debe estar.
* ¿Me estás diciendo que no echas nada de menos? Las conversaciones antes de dormir o las visitas inesperadas, no sé… Los abrazos, el teatro, las cervezas en el bar, lo que sea.
- Ya sabes que a mí eso nunca me afectará, lo sabes desde el principio. No sé de qué te sorprendes.
* Me parece que me engañas. No tiene sentido, es imposible que yo aún esté por los suelos y tú estés como si nada.
- Tiene sus pros y sus contras. Yo nunca experimentaré la intensidad con la que tú sientes las cosas y, en ocasiones, querría poder hacerlo en lugar de quedarme ahí como un monstruo sin emociones.
* ¿Cómo podrías querer lo que yo tengo? ¿No ves que a mí me afecta hasta la muerte de una margarita?
- Por lo menos, al final de nuestros días, tú podrás decir que has sentido la vida en su esencia. La has palpado de cerca, la has sufrido, llorado, reído. La has padecido, aguantado y disfrutado. La has exprimido.
* Exacto. La habré padecido, en ocasiones con consecuencias que me dejarán cicatrices de por vida. Y me tirarán cuando haya tormenta y me acordaré del dolor y volveré a sufrir. Y mientras tanto tú estarás ahí, en tu mundo, dibujando sonrisas en las nubes.
- No en todos los casos. Habrá veces que me cueste más que otras, pero hoy en concreto es cierto que no me cuesta. Sé que todo lo que ha pasado ha sido lo que tenía que pasar y por eso no me preocupa lo más mínimo. Hemos hecho lo que teníamos que hacer, de eso puedes estar seguro.
* Entonces, ¿por qué narices duele tanto? Y, ¿qué hago yo con este dolor punzante que se me clava en lo más hondo? ¿Cómo salgo de ésta?
- Para eso tendrás que apoyarte en mí, amigo mío. Y escuchar mis argumentos las veces que haga falta porque, en algún momento, acabarás creyéndotelos tú también, como me los creo yo.
* Espero que tengas razón. De verdad que sí. No quiero que su recuerdo me torture para siempre.
- Y no lo hará, si yo puedo evitarlo.


Y el corazón suspiró resignado mientras el cerebro asentía convencido.

.me.gustas.

Querría poder decirte todo lo que se me pasa por la cabeza cuando se me pase por la cabeza.
Todo.
Que no soporto que me toques la nariz cuando te acercas y me besas.
Que por las mañanas nunca quiero que te vayas.
Que pasaría el resto de mis noches a tu lado y nunca me dormiría.
Que me encantan tus ojos bajo el reflejo de mi lámpara.
Que desaparece la habitación y todo alrededor cuando tú llegas.
Que quiero que me abraces sin dejar sitio para el aire.
Con tanta fuerza que nos cueste respirar.
Con tanta pasión que se desintegre todo alrededor.
Que se fundan las yemas de mis dedos al contacto con las tuyas.
Que acaricies mi pelo hasta que me atonte en tu mirada.
Que veas en mí lo que una vez yo vi en ti.
Que quiero que sueñes con mis ojos negros.
Que adoro el tacto de tu piel contra la mía.
Que el mundo se me hace pequeño
y las palabras insignificantes cuando sólo quiero decir
que te quiero más que Julieta a Romeo.
Que por ti no muero una vez.
Muero mil.

Que me gustas.
No.
Que me encantas.

rojo piruleta

Se me erizan
si me miras
hasta los pelillos
de la nariz.

¡Ay! Y el coranzoncico,
que me late más deprisa
que un avión al despegar
¡ay, ay, ay!

Me acelero toda entera
cuando me acaricias el bracito
que, mira lo que te digo:
hasta el cúbito se me altera.

Y las piernas, ay las piernas
cómo me tiemblan
al sentarme ahí al ladito
rozándote to’ entero.

Me coges la manita
y me pongo entera tonta
y se me ponen los mofletes
de color rojo piruleta.

Y los ojillos se me quedan
del tamaño de dos platos
cuando con un besito
me sorprendes de repente.

Se me para el cuerpo entero
Cuando me vienes por la espalda
Y así, como de la nada,
De golpe me abrazas.

Pienso que pienso

A veces pienso cosas estúpidas.
Imagino cómo lloraría un roble si pudiera o cómo sonreiría un pez espada. Pienso cómo sería si de repente un día lloviera hacia arriba o si, en lugar de coches, utilizáramos nubes para ir de un lugar a otro, su tubo de escape sólo emitiría gotitas condensadas de agua y su limpiaparabrisas sería una fina cadena de brillantes estrellas.
Pienso cómo sería si los libros se pudiesen leer a sí mismos y llorar sobre sus historias, o reír, o enfadarse, o sonrojarse con ellas. Si pudieran contarnos su opinión sobre sus páginas.
¿Y si la almohada pudiera devolvernos el abrazo cuando la buscamos en la oscuridad de la noche? O si le hiciésemos daño al sofá cuando llegamos cansados y nos tiramos sobre él sin pensarlo…
A veces pienso que el ordenador se cansa de estar encendido, que a la tele le duele la cabeza de aguantar todo ese ruido y que al coche le da catarro cuando pongo el aire acondicionado.
Por no hablar del sofoco que me entra al pensar en el cuello de mi bolígrafo cuando escribo con ímpetu contra un cuaderno. Por no hablar de ese cuaderno…
A veces, hasta pienso si al 2 le molestará no ser nunca el primero, o al 1 estar siempre tan sólo, o al 0 no ser nada a la izquierda en la sociedad.
A veces pienso que pienso demasiado. Y aunque no hay como lo poco siendo bastante, nunca me ha dado por pensar que sea bueno pensar poco…Más bien lo contrario.
Pero muchas veces pienso que en buena hora me pongo a pensar sobre lo que no quiero pensar porque entonces ya no puedo parar y pienso, y duele, y pienso, y duele más, y pienso y no lo soporto ni un poco más.
Y, desgraciadamente, sigo pensando y sigue doliendo porque con el pensar, así como con el comer, es todo empezar.
Y por eso a veces pienso cosas estúpidas, como que mi cerebro se fatiga de pensar siempre en lo mismo. Así que le doy un respiro y entre Tú y Tú divago sobre los abrazos de mi almohada o sobre los sentimientos de lo insensible. Aunque, al fin y al cabo, vuelve a ser Tú.

Mars

* I thought our story was epic, you know? You and me.
- Epic how?
* Spanning years, and continents. Lives ruined and blood shed.
Epic!
- Come on. Ruined lives? Bloodshed? You really think a relationship should be that hard?
* No one writes songs about the ones that come easy.


***

Y ciertamente, tuvo razón. Nadie escribe canciones sobre las relaciones sencillas. Nadie hace una película en la que la pareja está felizmente unida desde el minuto uno. Ningún poeta habla de una amada que está a su lado desde el primer verso.

Al final, todos acaban ensañándose con las mismas historias tortuosas y escabrosas. Revolcándose en un fango que, aunque en ocasiones acaba dejando la piel más suave y sedosa que al principio, la mayoría de las veces sólo sirve para esparcir aún más la mierda.

Así que ya está, ya me he hartado. Hoy voy a hacer historia. Como Neil Armstrong el 21 de Julio de 1969 o como Martin Luther King en Alabama. Hoy voy a contar cómo tú y yo nos conocimos. Y ya sabes que esa historia nada tiene que ver con vidas arruinadas y años desperdiciados. Porque el único obstáculo que tuvimos que superar fue llegar a conocernos. Todo lo demás vino de la mano.

Y lo cierto es que, de la forma más sencilla, aquel 24 de Marzo acabaste sentado junto a mi butaca, en un viaje en tren que recorría la costa, con tu mochila verde oscuro y una camiseta anaranjada. Te sentaste junto a la ventana concentrándote en el paisaje que ésta te ofrecía hasta que por obra de un milagro tu mirada se desvió lo justo para aterrizar sobre el libro que a mí me mantenía ocupada. Qué fortuna la nuestra que fuera tu libro favorito y qué suerte también que fuera un libro del que se podía hablar durante horas. Gracias a ello pudimos soltarnos tan sólo hablando de él. Luego ya vinieron otros libros, otros temas…

¿Te acuerdas? En parte parece que fue ayer pero en parte también parece que ha pasado un siglo. No logro ser objetiva y estimar si el tiempo que ha pasado es mucho o poco pero aquella camiseta naranja que hoy es casi amarilla sigue siendo mi pijama favorito, así que con eso me sirve para calcular los años junto a ti. Ni siquiera necesito un calendario. Ni lo necesito ni lo quiero. ¿Para qué un calendario cuando tengo una camiseta, un libro, un recuerdo?

¿Verdad que es mucho mejor nuestra historia que la de todas las películas que ha habido y habrá? Que ni el mejor poema de Rubén Darío, Byron o Lope de Vega reflejará nunca la grandeza de aquel viaje, de estos años. Y, por preciosas que sean muchas canciones, su melodía sin duda sonaría mejor acompañada de nuestra historia.

Mil veces mejor…

**A ver si alguien acierta los protagonistas del diálogo…

-Eres-

Eres como
La última gota de leche que siempre se va por el desagüe

La nota final de la canción que nunca quiero oír acabar


La pata coja de una silla en mitad de un examen


La tarde tormentosa que arruina mis planes


La piedra en mi zapato


La esquina del armario con el que me tropiezo cada noche


La mirada reprochadora


El cristal de mis gafas empañado


Abrir la nevera y no encontrar nada


Tener mucho sueño y no quedarse dormido


Una tarde de sábado sin nada que hacer


La pintura de uñas cuando se cae a cachos


La última foto en un álbum


El último día de vacaciones


Un portazo cuando hay corriente


La única canción de Jorge Drexler que no me gusta


El final de un concierto de Iván Ferreiro


Cuando la luna llena empieza a menguar


Cuando salgo a la calle y hay bochorno


Mis playeros rotos


Las sábanas enroscadas a mis pies


La radio cuando no se oye


El gol de Iniesta que no llegaba en el Barça-Chelsea


La mano que toca mi espalda cuando escucho mi mp3


Los vecinos que hacen obras un domingo por la mañana


Cuando no me funciona Google



Eres un fastidio. No puedo contigo. Y sin ti, tampoco.

Hoy

Y saber que hoy aún no ha terminado, que todavía hay esperanza, que no todo está perdido. Que cada gota de lluvia que hoy cae por mi ventana puede verse perforada por un rayo de sol que la destruya desde el centro, transformándola en colores brillantes que iluminen la oscuridad que desde hace meses acecha mi existencia.

Gotas que al morir caerán sobre mi rostro despertándolo del letargo en el que llevaba tanto tiempo sumido que casi hasta había olvidado cómo respirar.

Y dejando a su paso inertes cadáveres de gotas difuntas, el sol se encontrará con mi fuerza renovada y nos fundiremos en una lucha en la que su calor y mi potencia darán lugar a una energía sin límites, una aurora boreal tan espléndida que ni siquiera los ojos de los que habitan el círculo polar ártico la habrán contemplado igual.

Oxígeno, hidrógeno y nitrógeno desaparecerán dando paso a inusuales combinaciones de azules y violetas, y todos alzarán la vista al cielo. Incluido tú. Entendiendo en un instante la naturaleza de lo nuestro.

Infinito

Ladeó la cabeza delicadamente y miró al infinito mientras frotaba instintivamente su frente. Un mechón de pelo se interpuso en su mirada pero ni siquiera se molestó en hacer como que le importaba. La vida está llena de demasiadas cosas como para preocuparse de atusarse el cabello. Sobre su pierna, los ágiles dedos de su mano inquieta daban brincos de un lado para otro.

Observó cómo frente a ella un niño se caía una y otra vez de su bici sin darse por vencido. Miró más allá, y unos metros por detrás del pequeño vio, tiradas junto a un árbol, dos pequeñas rueditas con un hierro que salía de su eje.

Era imposible saber qué pasaba por su mente, al igual que sucede con el resto de la gente, pero en ella todo tenía un halo misterioso, algo que iba más allá de la simple incertidumbre que suele generar esa situación. En ella todo parecía más profundo, más íntimo, más intenso.

Llevaba unos vaqueros desgastados que la había acompañado durante años. A menudo encontraba entretenimiento retorciendo los hilos que salían de sus numerosos rotos. Aquel día, los combinaba con una camisa de cuadros y manga larga. Le gustaban las camisas de manga larga, podía jugar a abrochar y desabrochar los botones de los puños cuando no sabía qué hacer.

Todo dependía de su estado de ánimo, y quien la conocía podía hacer una aproximación bastante acertada de éste si se fijaba en los movimientos que hacía. Cuando un telefonista la hacía esperar al otro lado de la línea, solía descargar su frustración en un mechón de pelo que retorcía y curvaba entre sus dedos hasta que la espera finalizaba. Cuando esperaba a que le entregaran el último examen que le quedaba por hacer antes de irse de vacaciones, liberaba su ansiedad con movimientos constantes de su pierna derecha. De arriba abajo, de abajo arriba. Cuando le contaban algo que no le agradaba o que no quería oír se frotaba el cuello de forma compulsiva. Si tenía muchas ganas de ver a alguien, y faltaba poco para hacerlo, frotaba sus piernas con ambas manos mientras esperaba, feliz. Pero claro, para discriminar y aprender toda la jerarquía que se escondía tras sus actos, había que conocerla mucho, y pocos lo habían logrado. Para la gran mayoría era simplemente una muchacha nerviosa que no sabía estarse quieta.

Volvió a mirar al niño y admiró su persistencia y su ilusión…Le habría gustado volver a ser como él. Volver a esa edad en la que aún crees que eres capaz de todo, volver a correr por el parque y llorar sólo porque te caes de un columpio o porque no te gusta la merienda. Esos años en los que aún te queda por descubrir todo lo malo que hay en el mundo y, por tanto, aún eres feliz. Volver sólo por un día para ser consciente de lo que se tuvo, de la inocencia.

Pero sólo un iluso creería que algo así puede pasar. Nadie puede volver a la infancia, y si alguien lo cree, seguramente sea un niño, uno de esos que aún no conoce el dolor, el de verdad, el que va por dentro destrozando nuestra ingenuidad.

Cerró los ojos y respiró hondo, como si fuera el último aliento de su vida. Se quedó así un momento, sólo unos minutos. Ya no se frotaba la frente ni movía sus dedos sobre su pierna.

Abrió los ojos y, en lugar de mirar al infinito, al niño o a sus ruedas, se dirigió a los ojos interrogantes que habían estado fijos en ella todo el tiempo. Ojos que, en realidad, eran otro tipo de infinito.

Martín y Victoria

Con 5 años se perseguían el uno al otro en el patio del colegio y, algún sábado que otro lo hacían, si coincidía, entre los columpios de un parque cercano. Magullaban sus rodillas, se tiraban de los pelos, usaban juguetes como armas y un cuadrado de arena como campo de batalla. Compartían la merienda mientras jugaban al veo-veo.
A los 11, la inocencia ya se ha perdido y, por triste que suene decirlo, los discursos de igualdad siguen sin lograr su efecto. Victoria está harta de oír que no debe jugar con los niños, que las muñecas y otras niñas deben ser sus compañeras. Martín, por otro lado, oye a su padre día tras día repetir que no juegue con su amiga, que se dedique al fútbol, si acaso al baloncesto. Y así, cada uno merienda en una esquina del patio, y los columpios del parque llevan años oxidados.
A los 18, ya se acumulan algunos años de confusión. Ahora que ya se han acostumbrado, el discurso ha vuelto a cambiar. Ahora que no saben nada el uno del otro. Ahora pueden jugar.
Con 25 aún no han aprendido cómo jugar. El corazón de Martín ya se ha estrellado un par de veces contra la arrogancia femenina y sobrevive a duras penas apoyando su fragilidad en el cariño adulterado que encuentra por los bares. Mientras tanto, a Victoria no parecía irle mal, contaba en su orgulloso haber con unos cuantos corazones rotos y nunca le ocasionó esto un atisbo de remordimiento hasta que el suyo se hizo añicos con los vaivenes de un tirano llamado Igor.
Para cuando llegan a los 32, ya están cansados de jugar. Victoria ha decidido retomar la vieja regla que le fue impuesta a los 11 y ya no quiere jugar más. Y Martín… Martín ha desistido y hace tiempo que nada atraviesa su implacable indiferencia.
A los 36 ya llevan un año juntos. Martín ha recogido los pedacitos que Igor dejó de Victoria y los ha cosido con ternura mientras Victoria ha ido de bar en bar recuperando el cariño derrochado por Martín en las noches en las que solo la amargura y el desconsuelo lo acompañaban.
Cuando cumplen 39 cuentan orgullosos que, por fin, han aprendido a jugar. Sus cicatrices sólo tiran cuando hace frío y da la casualidad de que, estando juntos, siempre hace calor.
***

Ónimo

Te das media vuelta y la oscuridad te rodea. Unos ojos, entre morado y azul oscuro, te miran fijamente.
Alargas la mano e intentas tocarlo pero parece que no están unidos a ningún cuerpo. Son tan sólo dos esferas flotando en el aire, existiendo sólo para incomodarte.

Abres la puerta, la atraviesas y llegas a la calle. Añoras la luz mortecina que había en el interior, la prefieres antes que esos estúpidos rayos de sol. Miras al cielo y, mientras proteges tus ojos del sol con la mano derecha, has chocado contra alguien con tu brazo izquierdo.

Debajo de la cama hay un peluche. Quién sabe cómo ha llegado ahí. Lo coges para echarlo a lavar, pero cambias de idea y…

Te has dado un martillazo en el dedo sin querer, ha sido por distraerte y mirar sus ojos. Los de ese algo que te persigue. Sigue sin tener cuerpo

…Pero sus ojos parecen más brillantes

Sobre la mesa, una hoja de papel ve cómo el lápiz que iba a decorarla con trazos de carbón desenfadados sale rodando para aterrizar en el suelo y seguir su alocada carrera hasta cobijarse bajo el armario. Huyendo de la luz.

Un golpe a tu espalda llama tu atención, miras y una paloma se ha estrellado contra tu ventana.
¡Pobre infeliz!
Creía que entrando aquí encontraría tranquilidad.

Esta noche has soñado algo extraño, no recuerdas qué, pero era muy raro. Lo sabes porque te has despertado antes de que suene el despertador. Y lo has hecho buscando la luz.

Has cogido un libro que al llegar a tus manos era una caja, roja oscura, casi sangre. Al abrirla, un gorrión ha salido volando.

Y estás colgando en el aire, con los pies en el techo. Y te parece normal.

Intentas vaciar tu cuarto pero parece que cuanto más tiras por la ventana más cosas se reproducen en el interior de tus cuatro paredes. Parpadeas, y cuando vuelves a mirar a tu alrededor, todo está blanco.

BLANCO BLANCO BLANCO

Y en la ausencia de color, sólo ves un reflejo morado. Su reflejo.

Agonía

Derramo mi dolor en una hoja en blanco, escupiendo frases sin sentido, lanzando puñales que rebotan en la nada y vuelven con más fuerza, clavándose en mi espíritu, agujereando el último de mis alientos.

Nada me sirve. Todo me aplasta. Tu peso invisible se reúne a mi espalda y me encoge hasta que mis ojos no ven más que el polvo del suelo. Respirar se convierte en una agonía, un castigo, un horror.

Siento partes de mi cuerpo que había olvidado tener, que funcionaban por inercia hasta que el dolor se hizo tan grande que hasta ellas tuvieron que parar a descansar.

Siento mi corazón, desprendiendo pedacitos que le sobran porque ya no te alberga entre sus muros… Ha dejado de bombear sangre para enviar a mi organismo el aire que dejaste en su interior al irte.

Y la sangre abandonada se transforma en lágrimas que acuden ansiosas a mis ojos para recorrer mi rostro.

Para teñirlo de muerte.



Escrito en: Enero 2009
Recuperado en: Abril 2009

Fragmento

Abrió furiosa el cajón y sacó una carpeta de su interior. La abrió, rompiendo en el camino de sus manos una de las esquinas. De su interior empezaron a salir hojas, hojas escritas a mano, hojas impresas. Hojas que hablaban. Hablaban, susurraban, gritaban, compartían.


Pasó las páginas entre sus manos. Algunas lucían una escritura clara, decidida, sin tachones que dejaran ver el más mínimo atisbo de duda. Otras en cambio se llenaban de manchas negras, círculos concéntricos, abismos negros en los que la vista se perdía.

Había hojas en las que solo pudo encontrar tres versos, como los primeros que leyó. Otras en cambio, eran pedacitos de historias. Pero había otras, las que más daño le hicieron, que penetraron hasta lo más profundo de su ser y le hicieron heridas tan sangrantes que habrían creado un charco rojo a su alrededor.


Si sólo hubiesen sido heridas físicas...

Y si digo que te quiero...

Cenicienta caminó dos pasos, tres como mucho y, sin previo aviso, salió corriendo. Sus piernas temblaban y el frío aire cortaba su rostro. Llevaba un abrigo negro que había olvidado cerrar y que dejaba ver una falda rosa que terminaba unos centímetros por encima de sus rodillas. Sus pies, abrigados por unas botas militares, apenas se distinguían por la velocidad a la que iba y su pelo volaba entre gotas brillantes de lluvia. Negro, largo, suave. Acariciando el aire.

En ningún momento miró atrás, pero parecía claro que escapaba de algo, de alguien. Un basurero vaciaba una papelera municipal. Chocó con él, y con un adolescente que escribía un mensaje en su móvil sin prestar atención a dónde pisaba, y con una señora que paseaba a su perro. Y con su perro.

Todos ellos, y algún transeúnte más, se giraron para mirarla. Tal vez escandalizados, o puede que apenados. Se giraron y sólo llegaron a ver un pedazo de papel que había salido volando sobre el suelo al pasar nuestra cenicienta a su lado. Ninguno llegó a ver la lágrima que nacía en su ojo izquierdo y que ya atravesaba parte de su mejilla, acelerando el viento su camino, empujándola al acantilado de su barbilla.

Nunca sabremos cómo es posible que nadie reparara en el príncipe que parecía clavado al suelo en el punto en que Cenicienta había comenzado a correr.

Desde entonces, todo el mundo contaría la historia de la princesa que sólo podía correr, y nunca nadie sería capaz de contar por qué. Por qué corre aterrada. Por qué llora. Por qué huye.

Si tan sólo alguien se hubiese fijado en las manos de aquel príncipe, si hubieran dejado de mirar cómo Cenicienta escapaba. Si se hubieran interesado por él…

…Se habrían dado cuenta de que era el suyo el corazón roto, de que las lágrimas producidas por el dolor más verdadero, más profundo, sólo serían las suyas. Que si ella huía, era por puro egoísmo.

Si por una vez Cenicienta hubiese dejado de ser el centro de atención, todos habrían visto las silenciosas lágrimas de él, la petrificación que le impedía salir corriendo. La agonía, el dolor, clavándose en sus huesos.
***

¿

Acaso no sabes

que la historia más bonita del mundo

es la de los abrazos que nunca te dí
?

ceniZa

Sus ojos se bañan en ceniza
con cada noche sin dormir
y su corazón se vuelve papel
bajo sus manos frías de hojalata.


- A veces eres tan ambigua…
* Siempre dices eso… y nunca me explicas qué quieres decir.
- ¿Acaso necesitas que te lo explique?
* Si te lo digo será porque lo necesito, ¿no?
- Eres ambigua porque tus buenos días suenan a buenas noches.
* ¿Y qué tiene eso de malo?
- No he dicho que fuera malo, sólo que a veces es desconcertante.
* Dime, ¿cómo querrías que sonaran mis buenos días?
- Olvídalo, no es un buen ejemplo.
* Entonces pon uno mejor.
- No me apetece.
* ¿Por qué?
- Porque no.
* Tal vez yo sea ambigua, pero tú…tú eres un libro cerrado. Eres el contenido de la caja secreta más escondida del planeta. Todos los misterios del mundo y uno más. Eres como los colores para el ciego. Eres…
- ¿Cuál es, según tú, mi misterio?
* No lo sé, dímelo tú…Yo llevo 3 años intentando descubrirlo y cada vez me lo pones más difícil.
- Eso es porque no tienes nada que descubrir, contigo soy transparente.
* ¿Conmigo eres transparente?
- Contigo soy transparente. ¿Te sorprende?
* Sí.
- No debería. Ya tendrías que saberlo.
* ¿Cómo? Si cada día que pasa parece que te conozco un poquito menos en lugar de un poquito más.
- Pues entonces no te queda más remedio que fiarte de mí.
* Siempre tienes algo que decir, ¿verdad?
- Y aún así parece que contigo nunca es suficiente.
* ¿Por qué?
- ¿No lo ves? Porque siempre te quejas.
* ¿Piensas ponerme ese ejemplo algún día o planeas dejarme esperando eternamente?
- ¿Cuál?
* El de mi ambigüedad.
- Eres ambigua porque cuando dices te quiero parece que querrías estar diciendo mil cosas que no fueran esa.
* Ah.

Y el “ah” se le antojó tan lacónico, tan suficiente, que no quiso añadir nada más.

y te olvidé.

Esa noche, conduciendo por una autopista oscura, los focos de un coche en el espejo retrovisor me cegaron un breve segundo. Una ínfima parte de un minuto que casi me hizo perder el control. Casi. Porque en el brillo de su luz vi el destello de tu mirada. De nuevo. Otra vez. Tus oscuros ojos mirándome desde la penetrante noche. Desde el asiento de atrás.

Abandoné la carretera por la primera salida al pueblo más perdido y dirigí el ronroneo de mi coche hasta la parte más oculta del solitario lugar. Recorrí una sinuosa carretera que hacía su camino montaña arriba hasta llegar a su final, dónde una pequeña explanada de césped me daba la bienvenida.

Apagué las luces, la radio y el motor, y la oscuridad, el silencio y la tranquilidad se apoderaron de mí. Abrí la puerta y salí despacio. Me senté en el capó y me recosté en el parabrisas. Miré al cielo, oscuro pero plagado de estrellas y tu imagen volvió a aparecer entre ellas, como una más.

Una repentina brisa encontró la rendija entre mi camiseta y mis pantalones y se introdujo acariciando mi piel, despeinando mi pelo. Cerré los ojos y respiré hondo, sintiendo el frío calar mis huesos. Y no me importó.

Pensé en los focos de ese coche, en tus ojos. Me sorprende recordarte. Hacía tiempo que no lo hacía, hace mucho que dejé atrás esa necesidad. Hace tanto, que tengo dificultades recordando el resto de tu imagen. Pero sólo es eso lo que está borroso, los días contigo nunca los dejé atrás. Siguen conmigo allí a donde voy, sea quien sea aquella con la que comparto mis horas.

Recuerdo que contigo, un beso no era sólo un beso. Era una explosión a mi alrededor, un universo deshaciéndose en mil pedazos, el sol deshidratando los mares, una montaña reducida a granitos de arena, el desierto floreciendo en un instante, música reventando mis tímpanos.

El suelo desapareciendo bajo mis pies.

Pero también recuerdo que no dabas abrazos aunque te los pidiera de rodillas, aunque fuera lo que yo más necesitaba, aunque estuviera deshecho.

Que nunca conseguí cogerte de la mano.

Que nunca contaste conmigo.

Es extraño recordarte. Así, tan fríamente, sin experimentar el dolor que un día me ocasionaste. Recordar todo lo bueno, y también todo lo malo, sin sentir en mi interior nada, más allá de la indiferencia.

No sé por qué ahora.

Tal vez sea para dejarte marchar, para olvidarte definitivamente y así dejar atrás no sólo tu imagen, sino también tus recuerdos, tus besos y tus no-abrazos, tus caricias ausentes. Todo tu ser. Entero y al completo.

Y aquí, en el capó de mi coche, las estrellas parecen más brillantes que antes.

Y me parece que ya no recuerdo ni tus ojos.

Bajo una manta

Le pregunté qué quería y, desde la cama, su pequeña boquita no supo qué decir. Se quedó cerrada con un vacío en su interior donde deberían estar las palabras que quería utilizar. Miró a su alrededor, como buscando el lugar al que habían escapado, mirando detrás del baúl de sus juguetes, pensando que ahí, entre las sombras, encontraría alguna de ellas. Pero sólo encontró su miedo, su miedo en todas las esquinas, pero sobre todo concentrado en el interruptor de la luz que reposaba bajo mi mano.

Mi sombra abandonó su cuarto y con ella toda protección con la que podía contar y vio en los coloridos puntitos de su pijama el reflejo de las luces de la calle y desde allí le llegaron las voces de aquellos que salían al encuentro de la oscura noche, a enfrentarse a ella vistiendo sus mejores galas, caminando hacia ella de frente, como si no la temieran.

Miró hacia su mesilla de noche, donde un reloj en forma de muñeca le indicaba la misma hora desde hacía dos meses a las cinco y cuarto de la tarde. Parecía que el reloj hubiera querido proporcionarle esa seguridad que tanto la confortaba durante el día y hubiera intentado que siempre fueran las cinco y cuarto, que siempre fuera de día. Su habitación iluminada, ningún rincón en la penumbra, mi mano lejos del interruptor.

Despertó sobresaltada al cabo de un rato, huyendo de los fantasmas que la perseguían en sus sueños cada noche, intentó alcanzar el interruptor de la luz pero no lo consiguió y sudores fríos comenzaron a recorrer su espalda mientras se revolvía en la cama para subir la manta por encima de su cabeza.

Bajo esa manta, su respiración comenzó a viciar el aire, pero no le importó. Incluso aunque hubiera querido, no habría conseguido asomar su cabeza más allá de la suavidad de las sábanas. No sabía lo que encontraría al otro lado.

Y en esa otra oscuridad en la que, irónicamente, no sentía ningún miedo, deseó, como cada noche, que algún día un unicornio brillante llegara volando y se la llevara lejos, cerca del sol, donde nunca se hiciera de noche.
***
Me dijo: "escribe sobre.... una niña y su pijama de colores y el miedo a la oscuridad y los fantasmas de la noche y un unicornio volador brillante"
Y no pude más que hacerle caso.