como debería ser
de repente abril
las cosas que nunca te digo
reflejo
ya no.
perdón.
Y los pájaros que una vez llenaron mi cabeza le sacan los ojos y el alma a todas las ideas bonitas que un día poblaron el cielo de lo nuestro. Vuelan como aves carroñeras a su alrededor, hurgando hasta lo más hondo de la cuenca de sus ojos para llegar allí donde se aloja el dolor y picotearlo intensamente.
Las mariposas de mi estómago, que creyeron ser capaces de hacerme volar, de subirme tan alto como para ver el mundo entero bajo mis pies y los tuyos, ahora se han convertido en polillas feas y peludas que no se mueven de las paredes de mi interior, cubriéndolo todo de un marrón rancio y sin vida.
Y el segundero de mi reloj se ha oxidado desde que dejó de contar los instantes para volverte a ver y empezó a llevar la cuenta de las horas malgastadas a tu lado, que fueron tantas, tantísimas que el calendario se ha vuelto loco y se ha parado para siempre en el mes más frío del año.
El corazón ha perdido su función y ha dejado de latir emocionado al ir junto a ti. Ha perdido su fuerza como un globo lleno de helio que, después de la fiesta, se cae a tus pies para que lo pisotees cuando te vas. Después de ser manoseado y magullado por patadas y reveses, tú aciertas a dar el golpe más certero que termina con él de una vez por todas. Y tu felicidad empieza a desvanecerse, dejando de ser el reflejo de la mía para empezar a ser el reflejo de mi rabia y mi odio.
Porque tu mundo sólo tiene sitio para ti.
…y todo lo que te quise, ahora se llame desamor.
** Batallas y Momentos
hoy ha salido el sol
A mí un febrero me sirve para enamorarme de ti, para volverme una idiota. Para ser feliz.
Me sirve para empapelar mis paredes con celofán de colores, para saltar por la calle de charco en charco y ponerme a bailar cuando suena un violín en la calle del Campoamor.
A mí febrero me da para acabar con el mundo. Para arrancar tus sonrisas de cuajo y ponérmelas de bufanda. Para echar una rayuela en tus pestañas y comerme los acentos de tu nombre.
A mí en 28 días me da tiempo a tejer una cortina entre tu mirada y la mía, a saltar a la comba entre tus manos y a pintar de colores las uñas de tus pasiones.
Febrero me sirve para enamorarte. Para hacer contigo un dúo de lujuria y frenesí. Para saciar juntos nuestros deseos más vehementes.
Con Febrero, nosotros hacemos una aleación de ternura, cariño, erotismo y pasión que hace goteras en el hueco entre tú y yo.
Y, cuando el año cae bisiesto, el día que nos sobra te lo arranco de tu pecho con los bocados de mi esternón.
Luna Méndez
No te quiero.
No te quiero nada. Porque no te necesito.
Porque vivir bajo la cama se me antoja placentero. Porque la ausencia de estímulo es mejor que el exceso de dolor. De sangre. De vísceras entre las sábanas. De furia rabiosa estallando a mil kilómetros por hora contra las paredes de mi cuarto. Escapándose por la ventana y recorriendo las calles hasta llegar a ti, para recuperar de un golpe toda esa fuerza y abofetearte tanto y tan fuerte que, en comparación, un gong apaleado por un mazo sería la banda sonora de tu cuna.
No te quiero. Porque apareces. Cuando ya no te recuerdo. Cuando la vida me sonríe y tus fotos se apolillan en el fondo del armario. Cuando tu presencia en mi existencia no me resulta más que patética e innecesaria. Cuando tu simple respirar me parece un egoísmo por tu parte. Un exceso. Un lujo que nunca te ganaste. Como los abrazos que te dí, los que despedazaste, corrompiste y adulteraste sin ni siquiera malgastar un pestañeo en el esfuerzo.
No te quiero. No.
Nada en absoluto. Porque desapareces. Cuando más te necesito. Cuando tu recuerdo me castiga siete veces por segundo y lo que me sobra me lo gasto en comerme tus silencios. Cuando me corroe la ansiedad, y la angustia me muerde con sus fauces al encontrarme, desesperada, rastreando los restos de tu olor en mi almohada. Desapareces, cuando la vida me cae mal y lo único que quiero es perderme entre los alabeos de tu cuello, dejándome caer a la inmensa profundidad del abismo de tu pecho.
Cuando lo único que necesito es un recuerdo del momento en que lo nuestro fue bonito, tú decides ocultarte tras la ineptitud de tus palabras y desaparecer tras un infausto acto final que cubre de cochina decepción todo lo que tocas.
Y lo único que se me ocurre decir es un “buen viaje” que suena a reproche, rencor y odio que te envuelve de su pegajosidad y te arrastra lejos, muy lejos, sin dejar de estar pegado a mí.