Tu cara. Tu cara en
un halo de imaginación superlativa. Tu cara pegada a tu cuello pegado a tu
cuerpo. Ahí. Con el viento acariciando tu pelo y entrecerrando tus ojos.
Tu boca
susurrándome al oído las palabras más bonitas que puedo imaginar. Susurrándome que
las nubes se licuan hasta empaparte el alma si yo no estoy a tu lado.
Y Plutón que se
enfade porque ya no es un planeta y coja carrerilla para pegarle una patada a
la luna, que deja de iluminar tus noches. Total
– dices – no estás a mi lado para mirarte
bajo su reflejo. Qué me importa si en lugar de la luna ponen una pelota de
pin-pon gigante o un agujero negro que se lleve por delante y poco a poco todo
lo que le rodea. Me importa más que me ciegue el brillo de tu pupila y me den
los buenos días las puntas de tus dedos.
Y yo, regodearme en
la necia felicidad que se me escapa por el pequeño espacio que hay entre mi
carne y mis uñas. Dibujando flores en los edificios junto a los que camino
cuando voy a verte.
Que por mí,
encuentres la forma de terminar con la última mariposa del planeta. Aunque una
humanidad y media te odie para siempre. Aunque pases a la historia como El Que
Extinguió A Los Únicos Insectos Que Molaban. Y que yo te diga que no saben lo
que dicen, que si hay un insecto que mole, ese es la mariquita. Y que me mires
y sonrías, pensando que podrías beber tequila en mis hoyuelos.
Si. Tu cara en un
halo de imaginación superlativa. Tus ojos color bosque. Tus manos.
Todo eso me
imagino.
Y si dicen que la
realidad supera la ficción, a mí me esperan las historias más elaboradas del
planeta.