Ónimo

Te das media vuelta y la oscuridad te rodea. Unos ojos, entre morado y azul oscuro, te miran fijamente.
Alargas la mano e intentas tocarlo pero parece que no están unidos a ningún cuerpo. Son tan sólo dos esferas flotando en el aire, existiendo sólo para incomodarte.

Abres la puerta, la atraviesas y llegas a la calle. Añoras la luz mortecina que había en el interior, la prefieres antes que esos estúpidos rayos de sol. Miras al cielo y, mientras proteges tus ojos del sol con la mano derecha, has chocado contra alguien con tu brazo izquierdo.

Debajo de la cama hay un peluche. Quién sabe cómo ha llegado ahí. Lo coges para echarlo a lavar, pero cambias de idea y…

Te has dado un martillazo en el dedo sin querer, ha sido por distraerte y mirar sus ojos. Los de ese algo que te persigue. Sigue sin tener cuerpo

…Pero sus ojos parecen más brillantes

Sobre la mesa, una hoja de papel ve cómo el lápiz que iba a decorarla con trazos de carbón desenfadados sale rodando para aterrizar en el suelo y seguir su alocada carrera hasta cobijarse bajo el armario. Huyendo de la luz.

Un golpe a tu espalda llama tu atención, miras y una paloma se ha estrellado contra tu ventana.
¡Pobre infeliz!
Creía que entrando aquí encontraría tranquilidad.

Esta noche has soñado algo extraño, no recuerdas qué, pero era muy raro. Lo sabes porque te has despertado antes de que suene el despertador. Y lo has hecho buscando la luz.

Has cogido un libro que al llegar a tus manos era una caja, roja oscura, casi sangre. Al abrirla, un gorrión ha salido volando.

Y estás colgando en el aire, con los pies en el techo. Y te parece normal.

Intentas vaciar tu cuarto pero parece que cuanto más tiras por la ventana más cosas se reproducen en el interior de tus cuatro paredes. Parpadeas, y cuando vuelves a mirar a tu alrededor, todo está blanco.

BLANCO BLANCO BLANCO

Y en la ausencia de color, sólo ves un reflejo morado. Su reflejo.

Agonía

Derramo mi dolor en una hoja en blanco, escupiendo frases sin sentido, lanzando puñales que rebotan en la nada y vuelven con más fuerza, clavándose en mi espíritu, agujereando el último de mis alientos.

Nada me sirve. Todo me aplasta. Tu peso invisible se reúne a mi espalda y me encoge hasta que mis ojos no ven más que el polvo del suelo. Respirar se convierte en una agonía, un castigo, un horror.

Siento partes de mi cuerpo que había olvidado tener, que funcionaban por inercia hasta que el dolor se hizo tan grande que hasta ellas tuvieron que parar a descansar.

Siento mi corazón, desprendiendo pedacitos que le sobran porque ya no te alberga entre sus muros… Ha dejado de bombear sangre para enviar a mi organismo el aire que dejaste en su interior al irte.

Y la sangre abandonada se transforma en lágrimas que acuden ansiosas a mis ojos para recorrer mi rostro.

Para teñirlo de muerte.



Escrito en: Enero 2009
Recuperado en: Abril 2009

Fragmento

Abrió furiosa el cajón y sacó una carpeta de su interior. La abrió, rompiendo en el camino de sus manos una de las esquinas. De su interior empezaron a salir hojas, hojas escritas a mano, hojas impresas. Hojas que hablaban. Hablaban, susurraban, gritaban, compartían.


Pasó las páginas entre sus manos. Algunas lucían una escritura clara, decidida, sin tachones que dejaran ver el más mínimo atisbo de duda. Otras en cambio se llenaban de manchas negras, círculos concéntricos, abismos negros en los que la vista se perdía.

Había hojas en las que solo pudo encontrar tres versos, como los primeros que leyó. Otras en cambio, eran pedacitos de historias. Pero había otras, las que más daño le hicieron, que penetraron hasta lo más profundo de su ser y le hicieron heridas tan sangrantes que habrían creado un charco rojo a su alrededor.


Si sólo hubiesen sido heridas físicas...