Cierro los ojos y
aún siento, al final de mi esófago, allí
donde no me llego, el agujero en el estómago que cavaste aquel 17 de Abril.
Me dejo caer en
el abismo y me regodeo, hago de la oscuridad algo acogedor.
Empapelo las
paredes con flores de colores y coloco sofás acolchados y lámparas de papel.
Me acomodo y casi
se me olvida que no debería estar a gusto. Que la penumbra debería perforarme
las pupilas y cegarme. Quemarme.
Yo lo ignoro
todo. La angustia. El dolor. El tormento.
De brazos
cruzados y mirada altiva, miro alrededor. En lugar de interiores, yo diseño
entornos hostiles para que parezcan placenteros. Para poder quedarme en ellos de por vida.
Deleitándome en el desasosiego.
Y así, hago cortinas
de los te quiero abandonados.
Alfombras de
corazones raídos.
Mantas de abrazos
rotos.
Almohadas de
miradas olvidadas.
Platos de besos
abolidos.
Me hago una bola
en el colchón de tu recuerdo y leo vez tras vez los libros de momentos contigo.
Cierro los ojos y
de fondo el tocadiscos se ralla de dar vueltas sobre los susurros que nunca te regalé.
¿Para qué volver
a la luz? Si allí no estás tú ni está tu risa.
¿Para qué volver?
si el mundo es frío y sucio pero aquí hay flores de colores.
¿Para qué? Si
tengo en tu recuerdo mi alimento y en la oscuridad mi felicidad.