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En mi garganta se apelmazan, se acumulan, se amontonan. Las historias que me quedarán por contarte. Todas. Que se revuelven y se cuelgan del techo de mi boca. Intentando salir, sin poder.


Intentando entender, sin entender.  



Mis problemas, seguirán siendo problemas si tú no los disuelves en chocolate, pequeña. 



Mis oídos, sordos. Sin escuchar tu voz.
Mis ojos ciegos, sin ver tu sonrisa.
Mis manos, vacías. 


Tus recuerdos se acurrucan en un rincón de mí y se muerden las uñas, sin saber qué hacer. A qué agarrarse para quedarse donde están.  Sin nada nuevo que añadir a su colección. Una antología inacabada. Sin absolutamente nada que decir. 


Mi tristeza, conociendo nuevos límites. 


Y en mi teléfono un puto mensaje con tu nombre. Haciendo eco en el vacío de tu ausencia.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Los mensajes siempre llegan para recordar y no dejar olvidar.

Tenemos que aprender a manejar ese eco.

Abrazos, Luna :)

Balagar dijo...

Los ecos a veces retumban de una manera ensordecedora. Yo me quedo con los ecos de tus latidos, que llegan con más fuerza y rabia que nunca. Entiendo y comparto ese lenguaje, y me quedo a tu lado. Siempre. Siento/lo. Un abrazo enorme!!

Balagar dijo...

Los ecos a veces retumban de una manera ensordecedora. Yo me quedo con los ecos de tus latidos, que llegan con más fuerza y rabia que nunca. Entiendo y comparto ese lenguaje, y me quedo a tu lado. Siempre. Siento/lo. Un abrazo enorme!!

Guillermo Castillo dijo...

Las palabras aladas, heladas son. Y aquí dejo mi eco. Saludos.

Óscar Sejas dijo...

Yo por eso he tomado varias determinaciones: Primero borrar ciertos nombres de mi agenda del teléfono. Al menos el sofoco inicial me lo ahorro aunque al final siempre se traspase la coraza. Maldita ausencia. Maldita lejanía.

Salud.