Se quedan, estirando sus tallos para alcanzar las ventanas y buscarte entre
los rostros extraños que surcan las calles. Se fijan en cada una de las miradas,
en la forma en que cada cuerpo se eleva con cada paso y lo comparan con la
forma en que tú te mueves en su recuerdo.
Giran y giran siguiendo la luz y aprovechando cada nueva posición para ver
si ésta desvela una nueva esquina callejera donde desengranar nuevos
semblantes. Donde deshacerlos en cada
una de sus milésimas partes y, después, volver a juntar todas las piezas para
darse cuenta de que esos fragmentos no son tuyos.
Nueva gente, nuevos rostros. Nunca el tuyo.
Porque tú.
Te marchas y tus flores amanecen cada día más altas que el día anterior,
llenas de esperanza. Rebosando quizáses.
Y cada día también, hora tras hora, se encogen sus raíces un poquito más al
nunca encontrarte. Se les dobla el tallo cual joroba y si pudiesen liberar sus
raíces y romper a caminar, lo harían cabizbajas, con el ceño fruncido y sudor
frío brotando de sus hojas.
Te vas y caben en sus pétalos todas las lágrimas del mundo disfrazadas de
rocío.
Cuando tú te vas, se quedan tus flores. Se queda Virginia Wolf, congelada
entre páginas. Se queda el tiempo intacto. Inmóvil. Congelado.
Cuando tú te marchas, se quedan tus flores. Y se muere todo lo demás.
3 comentarios:
Me encanta. Delicado, sutil.
Joder, escribes realmente bonito y doloroso, me repito más que el ajo pero eres la mejor boxeadora literaria que conozco, siempre dando puñetazos en el estómago.
Voy a ser muy brusco en este comentario pero ¿sabes cómo matar a una flor? echándole sal. Lo bueno de un recuerdo es que puedes aderezar y desaderezar al gusto, así tendrás flores y ramas secas cuando te apetezca y convenga.
Es un comentario raro, lo sé, pero tambien sé que tú me entenderás. Creo.
Salud!
Hacia tiempo no te leía. Hermosas palabras.
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