Se ponía histérica cuando veía por la calle a alguien comiendo gusanitos de uno en uno. Le daban ganas de zarandear al individuo y gritarle, aullarle, que los gusanitos se comen a puñados, que todo el mundo lo sabía. A menudo le entraba una mala leche inexplicable con cositas como esa, como cuando veía a algún imbécil hablando a voces por el móvil o cuando veía cómo se enfadaba la gente viendo los deportes.
No solía ser así; antes su organismo funcionaba de manera completamente diferente, y aún recordaba cómo no hacía demasiado sonreía sin motivo cuando caminaba sola por la calle. Aún recordaba cuando sentía como si los huesos se le hiciesen pedacitos del gusto cuando la abrazaba. Como si le fuese a explotar el pecho de amor, cariño o lo que fuese.
Ahora rezongaba al cuello de su camisa cuando en su camino se cruzaba una pareja empalagosa. Las muestras de cariño en público nunca habían sido lo suyo, ni siquiera en sus buenos tiempos, pero es que ahora se hacían algo insoportable que sólo servían para alimentar más su mal humor.
Donde antes era dulce, tierna y sensible ahora se había vuelto hipócrita y cínica. Ahora era de las que afirmaba, con la boca muy grande y el corazón muy pequeño, que el amor está sobrevalorado. Ella, que siempre había dicho que los que hacían uso de esa frase no eran más que pobres miserables a los que nunca nadie había querido en condiciones.
Ahora, ahora se encontraba repitiendo esa frase hasta que perdía el poco sentido que, al menos gramaticalmente, tenía. Se la soltaba a todo aquel que le preguntaba qué tal le iba. Pero no era eso lo peor, no. Lo peor era que se la repetía a sí misma cuando no había nadie más que la escuchase. La canturreaba para sus adentros y para sus afueras pensando así que se convencería de que el amor no era para tanto. La canturreaba para cubrir esa voz en su interior que le decía, que le gritaba, que el amor no era para tanto, no. Era para mucho.
Y así fue como se dio cuenta, de la peor forma posible, de que aquellos que hacían uso de la infausta locución no eran tontos que nunca habían experimentado lo que es amar. Más bien, eran infelices que habían amado más que nadie para perderlo todo después. Pobres almas en pena que preferían engañarse y repetir lo mismo a los cuatro vientos, que aceptarlo y morirse de la pena.
No solía ser así; antes su organismo funcionaba de manera completamente diferente, y aún recordaba cómo no hacía demasiado sonreía sin motivo cuando caminaba sola por la calle. Aún recordaba cuando sentía como si los huesos se le hiciesen pedacitos del gusto cuando la abrazaba. Como si le fuese a explotar el pecho de amor, cariño o lo que fuese.
Ahora rezongaba al cuello de su camisa cuando en su camino se cruzaba una pareja empalagosa. Las muestras de cariño en público nunca habían sido lo suyo, ni siquiera en sus buenos tiempos, pero es que ahora se hacían algo insoportable que sólo servían para alimentar más su mal humor.
Donde antes era dulce, tierna y sensible ahora se había vuelto hipócrita y cínica. Ahora era de las que afirmaba, con la boca muy grande y el corazón muy pequeño, que el amor está sobrevalorado. Ella, que siempre había dicho que los que hacían uso de esa frase no eran más que pobres miserables a los que nunca nadie había querido en condiciones.
Ahora, ahora se encontraba repitiendo esa frase hasta que perdía el poco sentido que, al menos gramaticalmente, tenía. Se la soltaba a todo aquel que le preguntaba qué tal le iba. Pero no era eso lo peor, no. Lo peor era que se la repetía a sí misma cuando no había nadie más que la escuchase. La canturreaba para sus adentros y para sus afueras pensando así que se convencería de que el amor no era para tanto. La canturreaba para cubrir esa voz en su interior que le decía, que le gritaba, que el amor no era para tanto, no. Era para mucho.
Y así fue como se dio cuenta, de la peor forma posible, de que aquellos que hacían uso de la infausta locución no eran tontos que nunca habían experimentado lo que es amar. Más bien, eran infelices que habían amado más que nadie para perderlo todo después. Pobres almas en pena que preferían engañarse y repetir lo mismo a los cuatro vientos, que aceptarlo y morirse de la pena.
9 comentarios:
Jo. Muy bueno. Qué reflexión...me has dejado planchadita. Espero que no lleguemos nunca a ese extremo.
Gracias por tus palabras, Luna. Un placer leerte.
besos
El mensaje no podía ser más acertado. El que dice eso es que ha amado mucho alguna vez y se estrelló, son frases desde el despecho.
un beso :)
Lázaro
un precioso intento narrativo.. y cierto, muy cierto :)
... o infelices que habian amado mas que nadie, a alguien que no podia corresponder de igual modo... triste! melancólico! genial!
Aun estando de exámenes, te superas... xD
Por cierto, yo también comía los gusanitos a puñaos!! que es eso de uno en uno?? en fin...
Me has recordado a mi hace algún tiempo.. odiando los besos ajenos y diciendome a mi misma : estoy mejor sola.
Me encanta como escribes :)
Las muestras de cariño en público deberían estar prohibidas!
Me ha encantado.
Buen fin de semana!
aiiiiii, que nos dejas a todos loquitos con la mandibula colgando! :)
Sólos e me ocurree decirte...Excelvilloso!! (No sé si has visto Moulin Rouge) =)
Los gusanitos sólo se pueden comer a puñaos, debería estar penado comerlos de uo en uno jajajaja
Despecho,eso es lo que siente la protagonista del relato. Quién no se ha sentido así alguna vez?? En esos momentos el amor te parece el sentimiento más false del mundo.
Besos guapa!!^^
Pues mi memoria es deficiente, pero creo que en el colegio me enseñaron que si algo estaba sobrevalorado, era porque había más demanda que oferta... ¬¬
Espero que después de haber amado, no espere la "infelicidad crónica" y el deambular como "alma en pena" sin posibilidad de amar otra vez, desterrando la idea de nuevo, al menos temporalmente, de que el amor esté sobrevalorado... :(
PD: Nuevamente otro precioso texto para pensar... con cierto pellizco en el corazoncito ;D
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